La Línea de Fuego

El «noble» arte del piropo

Jessa, de la serie ‘Girls’

Hace mucho tiempo que quiero escribir sobre este tema. Tenía muchas ganas de poder contar todo lo que pienso sobre ello. Me he decidido a hacerlo esta semana por varias cosas que me han pasado recientemente en mi trabajo.

Veréis, soy una de esas jóvenes que acabó su carrera pero no pudo encontrar trabajo de lo suyo y terminó trabajando «de lo que sea» para ahorrar, hacer un máster y todas esas cosas. En mi caso «de lo que sea» es una cafetería del aeropuerto. Allí, trato con un montón de gente al día, entre clientes y compañeros de trabajo, y como es lógico soy amable con mis clientes. Tengo que serlo. Forma parte de mi trabajo.

Hablas con todos los clientes con una sonrisa en tu cara, seña de tu simpatía, hasta que de pronto, algún comentario hace que tu sonrisa se vuelva demasiado tensa. Sí, hay hombres que piropean a las camareras. Todo el mundo lo sabe. Lo que no saben (excepto esas camareras) es lo incómodo que es cuando tienes que aguantar que un hombre se crea con el derecho a opinar sobre tu cuerpo y que encima lo haga con una sonrisa en la cara, como si estuviera haciendo algo bonito. Tú estás en tu puesto de trabajo y entonces te empiezas a sentir incómoda, quieres irte de allí, escapar de la mirada de ese hombre o poder decirle que se guarde los piropos para quien los quiera.

Esto, por desgracia, no es nada nuevo. Sin embargo, el otro día ocurrió algo que hizo que por fin me decidiera a escribir sobre esto. Una compañera me regaló un rascador para mi gata y yo salía de trabajar con mi regalo cuando otros trabajadores del aeropuerto decidieron enarbolar mientras yo pasaba por su lado un «uy, qué gatita». «Uy, qué gilipollas», pensé. Pero no lo dije. Es gente que seguirás viendo, potenciales clientes que vendrán a desayunar en el descanso de sus trabajos y a veces es preferible pasar, sobre todo después de trabajar durante toda la noche. Es obvio que ninguna mujer habría hecho un comentario similar a un hombre en la misma situación.

Fue entonces cuando se me vinieron a la cabeza numerosas situaciones similares en las que, por ejemplo, te encuentras con un hombre en el ascensor, vestida ya con el uniforme de trabajo y te suelta algo así como «con esos ojos tus clientes se deben ir muy contentos» o decide acompañarte hasta la puerta de tu cafetería dándote una conversación que es inexistente porque tú solo andas más deprisa para llegar rápido y quitarte a ese pesado de encima.

Todo esto me cabrea. Muchísimo. Cuando me quejo de ello suelo escuchar comentarios de otros hombres como «encima que te dicen lo guapa que eres». ¿Acaso he preguntado si lo soy? ¿Le he pedido a alguien su opinión sobre mi físico? ¿Tengo que estar a la defensiva hasta en mi puesto de trabajo?. Además, si te enfadas por un piropo quedas como una «amargada», una «chica sin humor» o una «feminazi» porque «mujer, nada más que era un piropo», porque «mujer, nada más que soy un hombre recordándote que tengo poder para opinar sobre tu cuerpo porque eres, principalmente, un objeto sexual».