La Línea de Fuego

Qué sería de nosotros sin los libros

Imagine que en la Antigua Grecia ni rapsodas ni aedos divulgasen aquellas historias de héroes que volvían a sus casas después una Troya incendiada, de Penélopes esperando. Imagine que alguien no las hubiese puesto por escrito con sus hexámetros dáctilos perfectos. Qué hubiera sido entonces de la épica, de Rodrigo Díaz de Vivar, de los Nibelungos.

Imagine que los 100.000 versos de Mahabhárata no se hubieran contado y probablemente no habríamos leído los aforismos de Tagore. Imagine que Sherezade no hubiese contado sus historias durante mil y una noches y nos hubiésemos dormido.

Imagine que el infierno es un paseo con la Beatriz de Dante de la mano, que Lázaro de Tormes no hubiese aprendido a base de golpes el arte de la picaresca, que Santa Teresa hubiese vivido viviendo en ella misma, que Garcilaso no hubiese llorado a su padre en coplas.

Imagine que la vida no es sueño, que Quevedo y Góngora hubiesen escrito juntos y no enfrentados, que Lope no hubiese descrito el amor en sonetos de versos endecasílabos, que no nos hubiese enseñado lo que es un soneto. Imagine a un Cervantes sin Sancho ni Quijote, sin Dulcinea, sin Galatea. Imagine un Capuleto sin Montesco, un Shakespeare fuera de los escenarios, una vida que no sea puro teatro ni un sueño de una noche de verano.

Imagine que las oscuras golondrinas no vuelven al cielo de Bécquer, que la poesía no es una pupila que se clava en otra pupila azul, que es un rayo de luna reflejado en el agua de un lago oscuro. Imagine qué sería de una escena costumbrista o la batalla de Trafalgar sin la pluma de Galdós, la comedia humana sin Balzac, que no hubiésemos sufrido con Madame Bovary ni la historia de dos ciudades de Dickens.

Imagine unas flores que no sean del mal, un poeta que no sea vidente, la decadencia en un vaso de absenta pasando una temporada en el infierno. Imagine un cuervo que no grazne desde el dintel de una puerta, un derrumbamiento que no sea como el de la casa Usher. Imagine la literatura de terror sin Frankenstein y su monstruo, sin Drácula. Porque no hace falta ver la sangre para sentirla.

Imagine el azul de Rubén Darío sin símbolos sobre los que sustentarse, un Machado sin soledades en campos de Castilla, comer poco más que nanas de la cebolla. Imagine un Lorca lejos de Nueva York, con literatura yerma y sin Bernarda Alba.

Imagine un feminismo sin Rosalía de Castro, sin Jane Austen ni las hermanas Brönte, sin Simone de Beauvoir, sin Plath, sin Pizarnik. Imagine una habitación sin Virginia Woof.

Imagine un aullido sin la voz de Ginsberg, una Lolita sin Nabokov, Chile sin La casa de los espíritus, una Rayuela sin Cortázar, París sin fiestas contadas por Hemingway, a Fitzgerald sin describir la luz verde que Gatsby miraba cada noche. Imagine que no puede imaginar Macondo.

Y ahora imagine qué sería de nosotros sin todos estos libros.