Por Verónica Living (@cardiodrama)
Camina inadvertida por las calles de Nueva York o Chicago, lo mira todo bajo su sombrero, escruta la ciudad, cámara en mano. Fotografía personas, situaciones, momentos exactos, escenas callejeras vistas desde un par de ojos únicos escondidos tras una Rolleiflex, que también hace inmortal su reflejo en los cristales.
Vivian Maier fue una artista anónima mientras vivía, no porque su trabajo no fuera reconocido, sino porque sencillamente no fue visto. Nació en el invierno de 1926, en Nueva York, y murió en la primavera de 2009, a los 86 años, en Chicago, donde pasó aproximadamente las últimas cinco décadas de su vida. Durante las primeras, vivió entre Francia y Estados Unidos, hija de madre francesa y padre austriaco, e incluso convivió un tiempo con la fotógrafa y escultora Jeanne J. Bertrand, experiencia que tal vez impulsaría en ella un interés artístico.
No podemos saberlo porque apenas se conoce nada acerca de su vida artística: no dejó más testimonio que el material que fotografió y filmó. Sabemos que sus padres eran refugiados judíos, que su padre las abandonó, que cuando tenía veinticinco años se mudó a Nueva York, con treinta a Chicago, y que trabajó casi siempre cuidando niños en varias familias. Quedan los testimonios de algunas personas para las que trabajó, que dicen de ella que era una amante del cine, una mujer comunista y feminista.
John Maloof descubrió parte de su archivo fotográfico casualmente en una subasta, y a partir de ahí comenzó a investigar y rescató más de sus pertenencias, así que también quedan los recortes de periódico que coleccionaba, correspondencia y los carretes que disparó y ni siquiera reveló porque no podía permitírselo. Alrededor de unos treinta mil negativos de los cien mil que encontraron, aún estaban sin revelar. Es curiosa la manera en que ocurren las cosas, porque mientras esto sucedía, un proceso de descubrimiento e investigación que seguramente llevó varios meses de trabajo, Vivian era ya una anciana que resbaló sobre el hielo en diciembre de 2008, golpeándose en la cabeza, y cuatro meses después fallecía en una residencia. Para cuando Maloof, movido por la curiosidad, decidió buscar más información y tratar de ponerse en contacto con ella, descubrió que había muerto tan solo un par de días antes.
Con todo esto, pienso que a veces es verdad, que una imagen, o cien mil negativos (gran parte de ellos sin revelar siquiera), valen más que mil palabras. Después de todo, su obra no ha quedado en el olvido, y hoy en día es una de las fotógrafas callejeras más reconocidas. Su talento ha sido más grande que su anonimato.
Hasta el 16 de agosto, la Fundación Canal de Isabel II (C/Mateo Inurria, Madrid) acoge una colección de esta gran artista en una exposición que muestra todos los ámbitos de su obra.
