La Línea de Fuego

La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida

Esta misma semana nos llegaba a la redacción el nuevo poemario de Elvira Sastre (Segovia, 1992), La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida, 26 poemas que ahora publica con Visor con la soledad (un poco como aquella de García Márquez) y el abandono, como tema central.

En este nuevo poemario, Elvira vuelve a mostrar sus versos clásicos a la vez que contemporáneos, aunque diferenciados sustancialmente de los anteriores. A mí parecer, se trata de versos más maduros, una visión distinta ante una ruptura, ante esa soledad impuesta de cuando algo se acaba, a la vez resignación, desde los primeros versos, «Quería que supieras/ que mi daño es algo que sólo elijo yo».

Son versos de corte intimista, que ahondan en la mente del propio poeta y que, sin embargo, están irremediablemente relacionados con esa otra parte que impedía la soledad, aunque como Sastre escribe, «no hay nada peor que sentirse olvidado/ dentro de uno mismo». Los poemas acaban siendo un llamamiento a esa soledad que nos permite conocernos a nosotros mismos y que, de alguna manera, nos completa.

A lo largo de los veintisiete poemas, Elvira Sastre toma ciertas imágenes de forma recurrente para llegar al fondo de esa soledad inmensa que se apodera del cuerpo de alguien cuando hay una ruptura -del tipo que sea-: el mar, el desierto, una isla que todo el mundo se cree con derecho a pisar pero que nadie (quizás por suerte) llega a poseer.

Los versos también dan la sensación de inundarse en ciertos momentos de rencor, de lecturas de cartilla hacia ese algo que se apaga irremediablemente, hacia la sensación de no haber hecho nada por evitarlo. Alude al fuego que se apaga y a la pregunta con que termina todo, al olvido que se resiste a pasar de página (aunque haya cambiado de canción, las dudas que siembra el tiempo, la incertidumbre de las cicatrices que se pueden hacer cerrado en falso o que incluso puede que no llegue a cicatrizar nunca.

Elvira deja entrever en este libro las contradicciones de ese cuerpo que se dice acostumbrado a la herida pero que, sin embargo, nunca acaba de acomodarse a la cicatriz, ni mucho menos a la soledad.

Voy a prenderte fuego
en este infierno de llamas congeladas
sólo para ver, mi amor,
quién de las dos se consume antes.