La Línea de Fuego

El pop y la Thatcher

Inglaterra y la música: 70s-90s (I)

Mediados de los 80, un pueblo minero en el noreste de Inglaterra. Un niño de unos doce o trece años observa escapar, atravesando casas y subiendo a tejados, a su hermano mayor, perseguido por la policía durante un piquete de la mina en la que trabaja (y también su padre). De fondo, London Calling, de los Clash.

El niño se llama Billy Elliot. Es una película, pero la escena, una de las más poderosas del film, es terriblemente real. Otra escena icónica de la película: Billy rompe a bailar al ritmo de Town Called Malice, de The Jam, una de esas canciones con las que, si no se te escapan los pies, es que estás muerto. Billy quiere ser bailarín, pero por encima de todo quiere escapar de lo que ve a su alrededor. Es danza, pero podría haber sido cualquier otra cosa.

La escena podría pertenecer a la crisis minera de 1984, cuando el gobierno británico decidió cerrar cerca de una veintena de pozos. Billy Elliot, dirigida por Stephen Frears, es más que la historia de un niño que quiere bailar; es un retrato de la época Thatcher, de un Reino Unido basado en una industria moribunda, de unas Irlanda y Escocia casi olvidadas por su primera ministra, y de una clase obrera ahogada por las políticas liberales de esta. Una época en la que el pop era el refugio cultural de los jóvenes sin futuro, los que habían aprendido el oficio de sus padres y llevaban en la mina desde los catorce (como el hermano de Billy), y en la que grupos como éstos cantaban a la desesperanza, al centralismo londinense y a la ranciedad de la generación de sus padres.

En 1979 Margaret Thatcher toma el cargo de primera ministra. Por esa época, el pub rock (llamado así porque sus grupos tocaban en pubs pequeños), el pop (Bowie, por ejemplo, pero también los inicios de la new wave, de la que hablaremos luego) y el punk sonaban en los oídos de los adolescentes británicos. Hablamos todavía, por los pelos, de los años 70; la separación de los Beatles todavía estaba reciente, Mick Jagger tenía sólo 36 años y los Sex Pistols acababan de separarse.

A pesar de todo esto, de que, como hoy, Londres ya recibía mucha inmigración europea y oriental, de las minifaldas, la droga y las crestas, la sociedad británica en sí era todavía muy tradicional. Generaciones enteras de familias trabajaban en las minas y las fábricas y vivían en las viviendas de protección oficial (algo tan extendido que ha generado su propia cultura, en películas como la misma Billy Elliot o en escritores como Irvine Welsh, por poner un ejemplo). La educación, en la mayoría de los casos, no llegaba más allá de los 16 años.

Teddy boys (tribu urbana) en Londres en 1979. © Janette Beckman / PYMCA (vía youthclubarchive.com)

Nos retrotraemos unas décadas atrás, al año 1959/60. Ahí nace una subcultura, los mods, jóvenes londinenses de familia obrera que reivindicaban el jazz moderno y la música negra, vestidos con corbata y camisa. En sus inicios, los Beatles eran una mezcla de mod y rocker (“mocker”, como soltó Ringo a un periodista pesado). Pues bien, en 1979 (a una servidora le encantan estos paralelismos temporales) sucede algo similar. El periodista musical Kiko Amat lo explica así en su libro Mil violines: 

«Los mods originales amaban la música negra y el R&B blanco. Los futuros mods de 1979 serían punks con parkas, glory boys con trajes y chapas reclamando su espacio, conquistando su propia existencia a base de ruidoso pop roto. (…) Es algo que surge de los chicos para los chicos; una reclamación de poder, un agarrar las cosas sin permiso, lleno de orgullo y belleza joven”.

Parece una reacción a la situación política y social que vivían entre finales de los 70 y mediados de los 80. El mod revival (encarnado en grupos como The Chords, Secret Affair y también en parte en los célebres Dr. Feelgood) coexiste, se hermana y se confunde con el post punk y la new wave, de la que son protagonistas The Jam. No obstante, es casi imposible, y además estúpido, clasificar a un grupo en una categoría. Porque The Jam también son mods, en su vestimenta, en sus letras; y también son punk en su actitud.

Es algo maravilloso lo que ocurre en Inglaterra en esos años. La prensa musical de esa época hizo creer al público (por ignorancia o interés) que durante unos cuantos años no pasó nada; que del punk pasamos casi directamente a Joy Division, The Smiths y Echo & The Bunnymen (muy buenos todos, por otra parte).Quizá no interesaba mucho porque eran unos años muy políticos, gobernados con mano de hierro, porque la música era todavía peligrosa, en cuanto que constituía la principal fuente de información para los jóvenes. Pero son unos años efervescentes, de, como decía Amat, canciones de y para los jóvenes, de tribus urbanas, un Londres excitante (aunque más bien pobre) y mucha música.

«La música, la de verdad, no suena: te atraviesa el cuerpo de parte a parte» (Belén Gopegui, Deseo de ser punk).