La Línea de Fuego

Tres experiencias del 8M

Han pasado 10 días de una jornada histórica. 6 millones de mujeres salimos a la calle y nos dimos cuenta que no estábamos solas, ni locas, ni eramos unas intensas. Todo lo que nos pasa es real, desde el paternalismo que se da más allá de la jerarquía en el ámbito laboral hasta tener que encojernos en el metro porque muchos se han acostumbrado a ocupar todos los espacios públicos.

Hace tiempo que ya nos habíamos percatado que preguntar en una entrevista de trabajo si teníamos pareja o queríamos quedarnos embarazadas no era normal. Hace tiempo que nos veníamos dando cuenta de que nos estaban violando, asesinando.

Las calles se inundaron también por nuestras abuelas, madres, hermanas, primas y amigas que han planchado, cocinado, lavado la ropa, fregado y no su trabajo no ha sido valorado. Las tareas de la casa no se reparten a pesar de que muchos defiendan que «ayudan» con ellas.

Nosotras salimos con nuestras pancartas y con nuestras voces y hoy, tras diez días contamos nuestra experiencia reposada de una jornada de júbilo, eufória y cambio.

Alaia:

Si me dicen hace seis o siete años que iba a hacer una huelga feminista, me hubiera quedado a cuadros. Pero en estos años me he ido haciendo como feminista, gracias a la cultura en gran medida, y por eso quiero una mayor representación, un trabajo a fondo para cambiar paradigmas y esquemas, y eso sólo se conseguirá mediante rupturas de este tipo.

Por eso, desde el día anterior estaba inquieta, con un desasosiego interno que no comprendía a qué respondía. Hasta que me di cuenta: era la calma previa a la tormenta, a llenar las calles y quemarlas bajo la suela de nuestros zapatos. Quizá me pase de poética.

No llevé pancarta, no hice fotos, no hice mucho ruido. La mayor parte del tiempo caminé, observé y también bailé. Me impresionaron las mujeres mayores, las inmigrantes, las trabajadoras sexuales, las limpiadoras, y las chicas más jóvenes. Me enfadé cuando vi a chicos ocupando nuestro lugar y a los sindicatos y partidos reclamando un lugar que en esta lucha, lo siento, no tienen. Pero pese a todo fue emocionante y esperanzador, e hicisteis que al volver a casa con las llaves en el puño (nunca bajamos la guardia) no tuviera ningún miedo.

Marilyn:

Eran las cuatro de la tarde cuando empezaron a caer las pocas gotas de agua que, como en un aviso para formar filas, llegaron y se fueron en un suspiro. Un suspiro, sin embargo, que bastó para que unas decenas de voluntarias ataviadas con chalecos fluorescentes y marcadas con piedras de colores entre las cejas y en los rabillos de los ojos se convirtieran en miles como por arte…no de magia, sino de fuerza.

Con mi cometido muy interiorizado, las ganas muy agitadas y los nervios muy escondidos bajo la piel, casi una hora antes de poner en movimiento la marcha, yo ya agarraba con rabia las manos de mis compañeras para formar un cordón de seguridad que, en realidad y para nuestro orgullo, nunca estuvo a la altura de la movilización que pretendía salvaguardar. Porque la idea era que unas 30 mujeres a cada lado de la comitiva cubriéramos toda la zona no mixta de la manifestación y, mucho antes de echarnos a andar, tuvimos que aceptar que no podríamos vigilar más allá de unas pocas líneas al frente de la cabecera. Sí, aún no eran las siete y ya supimos que estábamos ante un 8M histórico. Nosotras, las histéricas, las radicales, las exageradas… Allí estábamos las feministas.

Nunca alcancé a ver el final. Y de hecho, creo que sigo sin verlo. Que aquella tarde le dije a muchos hombres que dieran un paso atrás y percibí en sus ojos el ego herido de quien está demasiado acostumbrado a liderarlo todo, y me sentí poderosa. Que aquella noche, después de más de diez horas de militancia, con el cuerpo como desencajado por un huracán y la garganta resentida de tanto haber callado hasta ese momento, cogí un coche a casa y cuando el chófer me preguntó qué emisora de radio poner, con ese “Yo por ellas, madre, y ellas por mí” retumbando aún en mi corazón, le dije muy convencida: “Apáguela por favor. Vengo de la huelga feminista y la música ya la llevo dentro”.

Sara

Era mi segundo día en el Parlamento Europeo cuando estalló el hashtag #Meetoo. Miles de mujeres estaban denunciado el acoso que sufrían dentro de las instituciones, no solo por una relación machista, sino también por relaciones de poder. Porque a parte de machistas, los hombres poderosos se creen con licencias poder hacer lo que quieran con las mujeres que están debajo de esa jerarquía.

Es fácil de entender cuando sabes que la Unión Europea sigue siendo jerárquica y que las mujeres sufren ese techo de cristal más que en cualquier otra institución.  En pleno 2018, el salario mínimo de las mujeres fue 16% inferior de media que los hombres en las instituciones europeas y el número de eurodiputadas sigue siendo inferior a la representación masculina en los escaños.

Cuatro meses después, decenas de mujeres ocupamos el centro de la planta tres del Parlamento para recoger firmas y denunciar el acoso sexual. Fue el 8 de marzo, una fiesta en Bruselas, en pleno corazón de Europa, dónde los hombres siguen decidiendo políticas de igualdad mientras muchos todavía no empatizan con la discriminación sistemática que se produce en este tipo de trabajos y se acercan a preguntar porque seguimos luchando.