La Línea de Fuego

Libros «para amas de casa»: las paradojas de la novela rosa

Eleanor Marie Robertson, que escribe bajo los seudónimos de Nora Roberts y J. D. Robb, es una de las estrellas de la novela romántica.

 

Los géneros populares en literatura, como la ciencia ficción, la trama detectivesca o la fantasía, han sido tradicionalmente denostados, sobre todo en el ámbito académico. De entre todos ellos, hay uno que ha sido especialmente infravalorado: la novela rosa. Su calidad literaria ha sido siempre cuestionada y se ha generalizado la visión de que era un género, despectivamente, “para mamás y amas de casa”. Esa denominación con connotaciones negativas responde al valor cultural negativo que siempre ha otorgado la sociedad a lo femenino, en cuanto a que (afirman los críticos y académicos) sólo apela a las emociones y a la irracionalidad, algo siempre asociado al componente femenino. La novela rosa se relaciona además con una lectura pasiva, que no desafía al intelecto, lo cual no es necesariamente cierto, como demuestran investigaciones recientes.

La novela rosa es uno de los géneros más leídos y vendidos en todo el mundo, más que otros géneros tan populares actualmente como la fantasía y el Young Adult. En Reino Unido, en la franja comprendida entre 2010 y 2015, se vendieron 39,8 millones de ejemplares en papel de novelas rosas, lo que supone un porcentaje considerable del total de libros vendidos. Son datos recogidos en el libro de la investigadora y profesora mexicana Nattie Golubov, El amor en tiempos neoliberales: apuntes críticos sobre la novela rosa contemporánea, publicado en 2017. Golubov recoge un dato muy interesante: que, pese a la creencia popular (y empleando el lenguaje de la crítica esnob académica) “no se trata de un grupo de crédulas solteronas y amas de casa aburridas, sino de mujeres educadas con edades entre los 25 y los 54”. Sorpresa: el público que lee novela rosa son mujeres en su mayoría universitarias, empoderadas y para nada pasivas.

Durante muchos años, la novela rosa fue el único terreno de abono literario en el que se plasmaban las experiencias femeninas, el problema de ser el objeto del deseo masculino, temas como la familia o la amistad entre mujeres; en definitiva, la problemática de ser mujeres en una sociedad masculinizada. La mala reputación de la que ha gozado el género ha contribuido a que muchas la leyeran a escondidas, en gran parte, señala Golubov, por esas portadas de colores chillones y fotografías de mala calidad, que “impúdicamente declaran su tema”, en la que normalmente el hombre agarraba a la mujer apasionadamente (todos tendremos en mente las novelas de quiosco de Danielle Steel, por ejemplo) y que delataban a la lectora en el transporte público. Si ahora no está tan mal visto leer novela rosa, y además está llegando al ámbito académico, donde se comienza a estudiar como género literario, es en gran parte gracias a la llegada del libro electrónico, que deja de exponer al lector y a su lectura. Golubov destaca además la calidad literaria de escritoras como Loretta Chase y Jennifer Crusie, más desconocidas para el gran público.

Este tipo de novelas han permitido crear, además, un espacio, una comunidad donde reinan la sororidad y el respeto. Ante la falta de críticas en prensa y revistas literarias sobre el tema, ante la imposibilidad de elegir nuevas lecturas a través de los medios de comunicación, las lectoras se han organizado durante años en las redes. Los blogs y los foros literarios dedicados al género han sido un auténtico caldo de cultivo que ha servido para crear una comunidad exclusivamente femenina. Pero no sólo eso: las mismas novelas (sus tramas, sus personajes, sus situaciones) producen un “espacio imaginario” en el que se pueden explorar las identidades de género, así como situaciones que han sido relegadas despectivamente al ámbito de lo femenino y que las mujeres no encontraban reflejadas en ninguna otra literatura, hasta hace pocos años.

Un género literario marcado por la fugacidad

La novela rosa, además, tiene un componente muy interesante culturalmente para Golubov: su fugacidad. Además de caracterizar literariamente el género, en su investigación Golubov expone la gran carga cultural que posee. Sus historias responden a los valores culturales imperantes en la sociedad del momento, de ahí que nos parezcan auténticas antiguallas las novelas rosas de hace algunas décadas. Por ese mismo valor fugaz del género, constituyen una importante fuente de información de las cuitas de las mujeres del momento, así como una herramienta para analizar las representaciones culturales de las mujeres y el papel del amor romántico.

Pese a lo que pueda parecer, las protagonistas de las novelas rosas no son (al menos en la reciente literatura) mujeres pasivas, que esperan la llegada del amor pacientemente como punto culmen de sus vidas. Por el contrario, señala Golubov, las vidas de las protagonistas no comienzan con la relación amorosa (que sigue siendo el centro de la historia, elemento imprescindible del género), sino que se nos presenta a una mujer ya está “constituida como individuo”, que se desenvuelve en un entorno que reconoce como suyo, que se relaciona con otras mujeres (lo cual es un componente fundamental, en tanto que la amistad entre mujeres ha sido tan escasamente explorada en la literatura), y no define su vida en base a la búsqueda del romance.

No obstante, esta retórica es peligrosa, como señala la investigadora, porque lo que antes era la pasividad y la búsqueda del matrimonio como único fin en la vida, ahora es un nuevo modo de control basado en alcanzar la perfección en base a estándares exigentes. Las mujeres deben ser buenas profesionales, amigas, hijas, esposas, madres. Como anticipaba Golubov, la novela rosa es un buen indicador cultural de su tiempo.

Pese a todos los aspectos positivos en cuanto a representación y empoderamiento, hay un polo negativo: el cariz neoliberal que tiene el ideal del amor romántico en este tipo de literatura y que Golubov explora hábilmente en su libro. Aquí cita a la autora Catherine Roach y arguye que se sigue el modelo de la clase media norteamericana y su fuerte individualismo, su “producción del yo” y la relación normativa entre hombres y mujeres. Es decir, en la novela rosa contemporánea se trata al amor como un producto de consumo más orientado a la mujer, además de establecerse un discurso sutil en el que el amor es un elemento transformador, que mejora a los protagonistas como individuos y enaltece sus vidas.

La experta en estudios culturales y de género Tania Modleski arguye la paradoja que se da en este tipo de novelas: por un lado, contribuyen a “mantener a las mujeres en su lugar”, y por otro ayudan a representar problemáticas y cuestiones derivadas de ser mujeres en la sociedad del momento, e incluso también pueden servir para analizar la “ideología masculina dominante” en su tiempo.

El potencial de este género radica en esa conciencia colectiva de autoras y lectoras que crean un mundo, quizás imaginario, pero en el que pueden generar continuas representaciones de feminidad, maculinidad, y de nuestra cultura. Ese potencial queda, afirma Golubov, neutralizado por la estructura arquetípica de la novela rosa, pero, como señala la autora, es un género literario sumamente dinámico y puede evolucionar a otros discursos.