La Línea de Fuego

Jan Kerouac y la necesidad de contar en ‘Una chica en la carretera’

“Y JACK KEROUAC está por todo
su hija JAN KEROUAC heredó su frente
y a lo que se enfrentó».

Así hablaba Ruth Weiss en su poema ‘Postal 1995’ de la hija del padre de la generación beatLa vida de Jan Kerouac no fue en absoluto un camino de rosas. Casi de forma irremediable Jan heredó de su padre su afán de autodestrucción, como advierte Ruth Weiss en su poema. Y es que más que la herencia material que Kerouac pudo dejarle, lo que marcaría a Jan sería el porvenir compartido con Jack. 

Todos los sucesos imparables que la llevarían a esta  autodestrucción los cuenta en su autobiografía, Una chica en la carretera (Baby driver), donde intenta seguir los pasos de su padre de una forma más que acertada (para bien o para mal). Según cuenta en uno de los capítulos a los quince años visitó a Kerouac antes de marchar a México con un amigo en busca de un cambio de vida. Necesitaba dinero y él le dijo que escribiese un libro y lo firmase con su apellido. Sería la segunda y última vez que vería a su padre. 

La primera vez fue cuando Jan tenía tan solo seis años, tras el litigio en el cual su madre, Joan Haverty, luchaba porque Kerouac reconociese la paternidad de la niña. Nunca lo hizo y tras el juicio y la prueba de paternidad tan solo se dictaminó la posibilidad de que podía ser el padre. Cuentan que, durante el juicio, Kerouac no pudo evitar un gesto de sorpresa al ver la foto de Jan, a la que no conocía en persona, pero con la que compartía rasgos físicos (más adelante se comprobaría que también psíquicos). “Toda la vida continuó negando que fuera su hija, pero en privado escribió a Allen Ginsberg que la pequeña se le parecía mucho”, dice Anne Charters, biógrafa del escritor.

Así que la vida de Jan siguió el curso que podía seguir la vida de una madre soltera con otros tres hijos en los años 50 y 60 en Estados Unidos. Pobres como ratas, viviendo en habitaciones cochambrosas, mudándose continuamente. La propia Jan contaría años después, de forma póstuma en un artículo del NY Times tras su muerte, que nunca tuvo una educación real porque nunca fue al colegio. «No teníamos dinero. Cuando tenía seis años robaba de la caja de los pobres en la iglesia. Creía que era para nosotros porque lo necesitábamos».

Todos aquellos sucesos marcaron su escritura en Baby Driver. Aquella idea que escribía Hettie Jones en su poema ‘Conductora temeraria’ -«siempre he sido a la vez/ tan mujer como para derramar lágrimas de emoción/ y tan hombre/ como para conducir mi coche en cualquier dirección»- se hizo una máxima en la vida de Jan.

 

La vida en la carretera no es solo cosa de hombres

Nunca necesitó un hombre que condujese su coche ni su vida, que fue más allá de toda la mitología que aquella generación beat pudiese crear. Y todo ello, siempre, desde un punto de vista que -con gloriosas excepciones- siempre había pasado desapercibido para los beat: el femenino. Jan demostró que aquel tipo de vida que Kerouac o Ginsberg prodigasen y que quedaron ligadas a la masculinidad como la vida en la carretera, dejar atrás a la familia, la experimentación con las drogas o el sexo, no eran solo cosa de hombres.

El hecho añadido es que Jan, además, tenía más cosas que contar. En Baby Driver encontramos pasajes de lo más variados que van desde su más tierna infancia, recorriendo hoteles americanos de toda índole junto a su madre y sus hermanos, hasta una adolescencia y juventud con excesos que le llevaron a un embarazo, abortos e incluso prostitución. Queda patente, sobre todo, la dificultad de ser mujer en un mundo dominado por los hombres y la construcción de una identidad femenina apropiándose de muchos de los tópicos relegados a esa masculinidad e incluso dejándolos en un segundo plano para dar importancia a los femeninos.

Estando en México, antes de cumplir los dieciséis años, sufriría el aborto espontáneo de su primer embarazo. Lo dejó inmortalizado en algunos de los párrafos más estremecedores de su autobiografía.

Por la mañana, desperté con fuertes retortijones, como intensos dolores por retención de gases, y comprendí en seguida que había empezado el parto… y que sólo estaba de siete meses. Era el dos de febrero, el día del cumpleaños de mi hermano. […]

Llegó la comadrona, una mujercita india muy vieja que mascaba tabaco y escupía constantemente en el suelo junto a la cama. Todo el pueblo debía oír mis gritos. La cosa se prolongó durante horas, la vieja abriéndome las piernas y ordenando «Empuje… empuje, señora»* Yo estaba convencida de que se me iba a partir la pelvis. […] Sentí una tremenda presión y algo como un globo de agua brotó de entre mis piernas intacto.

La tensión desapareció y mi mente quedó en blanco. Ni siquiera se me ocurrió preguntar por el bebé. La voz áspera de la vieja me llegó muy lejana:

-Es niña… y no vive… su bebé.

El 5 de junio de 1996, a los 44 años, moría por un fallo hepático en Alburquerque (Nuevo México) la única hija de Jack Kerouac sin haber tenido nunca el reconocimiento que se merecía. Hoy habría cumplido 67 años. Quién sabe si su obra inacabada e inédita, Parrot Fever, hubiese pasado a ser una de las grandes obras de la Literatura con pluma de mujer.

Lo que sí sabemos es que sin haber ido nunca al colegio, sin tener formación en Literatura y simplemente a base de lecturas y vivencias, Jan Kerouac escribió una de las mejores autobiografías que pueden leerse, con uso magistral de las palabras del que solo son capaces quienes tienen la necesidad imperiosa de contar por encima de todo.

Jan Kerouac con Allen Ginsberg.