Yona Wallach no es un nombre que resuene en nuestros imaginarios colectivos como podría ser el de otros poetas como Allen Ginsberg, Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, Alejandra Pizarnik o Sylvia Plath. Sin embargo, su vida también estuvo plagada de poesía y ansias de libertad como cualquier otro de sus compañeros de vocación.
Wallach nació en Tel Aviv un 10 de junio del año 1944 de padres inmigrantes desde Besarabia. Su padre había sido uno de los hombres que, junto con otros compañeros sionistas, fundó el pueblo de Kiryat Ono, donde después su madre regentaría un cine. Viviría allí toda su vida.
Cuando tan solo tenía cuatro años, su padre murió defendiendo su país en la Guerra de Independencia y el recuerdo de este hecho, la melancolía y la nostalgia por su padre, marcarían su poesía. Yona creció y se convirtió en una adolescente difícil, con grandes accesos de ira y una relación muy tensa con su madre. Pero fue a los 13 años que descubrió Walt Whitman y desde la lectura de Hojas de hierba no pudo dejar de escribir poesía. Pese a que no quiso terminar sus estudios secundarios, a los 17 se matriculó en un instituto de Bellas Artes mientras lo compaginaba con los escritos de sus versos.
Dicen que todo artista necesita de un medio hostil para florecer. Al medio hostil externo de Yona se le sumaba su propia mente, muy a menudo llena de fobias, pesadillas, insomnios y alucinaciones que, junto a los fuertes deseos que sentía por matar a su madre, provocaron que se internase voluntariamente en un psiquiátrico en 1964, justo cuando sus poemas comenzaban a tener repercusión. Ocho años después, en 1972, tuvo un intento de suicidio por sobredosis de pastillas. Sin embargo, fue ella misma quien acudió al hospital para que le realizasen un lavado de estómago, quizás fruto del miedo a morir joven que siempre la asedió.
La libertad total de expresión al servicio de la poesía
Cuentan que sus primeros poemas fueron escritos antes de que cumpliese los 18 años y en ellos ya dejaba traslucir su carácter libertador y en contra a la represión establecida por los cánones sociales. Se consideraba a sí misma como una mística y, como prácticamente no podía ser de otra manera, su poesía era la viva imagen del derribo de cualquier obstáculo que se interpusiera entre sus posibilidades de expresión.
Muy a menudo prescinde de todo artificio y su intención al escribir no es otra que hacer caer todo tabú de la literatura hebrea contemporánea. Es por eso que sus poemas se asemejan a borbotones de palabras que obvian puntuación e incluso la sintaxis, donde se producen cambios abruptos incluso en la forma en que alude a si misma, alternando la masculina y la femenina (siempre dijo que la bisexualidad era la forma de sexualidad total, aunque hoy al hablar de esto nos refiramos a cuestiones de género más que de sexualidad). De ello podemos traslucir un aspecto de incoherencia y desorden en los poemas que, sin embargo, no son otra cosa que la deconstrucción de las estructuras gramaticales hebreas, muy marcadas por la diferencia morfológica de los géneros.
amaste su mirada vacíaabrazaste su cuerpo ausente.Los ojos de tu amante miraban hacia un punto lejanono hacia ti no en ti:tan joven y ya tan amargo.El amor que penetró tu carne un momentotu cuerpo se inunda de calor y tu almadesde la punta del cabellohasta los órganos internos,dejándote nuevamente con Don Nadieque recorre tu cuerpo con ninguna manoque responde sin emoción ni gestosa las caricias sin calor.De su poema ‘Masturbación’.
Una de las grandes de la literatura hebrea moderna
peleaban los ejércitossimbólicas batallas(eso lo entendí después)Yo estaba preocupadano veía sangrepero sabíaque estaba en lo ciertoLargas horascombatieron los guerrerosel motivolo olvidaron hace tiempoLa gran campana de orole llevé a mi madreEn el patio el cerezo florecíay entre las flores tejían las arañas.Qué belleza dijo mi madreQué crueldaddije yo.