La Línea de Fuego

El triunfo agridulce de las rupturas

Imagen de Historia de un matrimonio

2019 fue el año de las rupturas. El año en el que Scarlett Johansson y Adam Driver nos dejaron sin palabras en Historia de un matrimonio y Bad Bunny nos hizo perrear con Soltera. El año en el que se rompieron un montón de parejas a mi alrededor. El año en el que yo misma tuve que enfrentarme a una ruptura después de ocho años de relación. Año de cambios y de nuevos comienzos. De lágrimas, miedo, pero también de mucha esperanza. Porque un cambio de vida, aunque asuste, puede ser maravilloso.

Hace años me habría tomado mi propia ruptura y las de mis allegados como una auténtica hecatombe. Pero ya no lo veo así. Hemos crecido en una sociedad que nos ha bombardeado con la idea de que no somos personas completas si no estamos en pareja y por ello debemos buscar nuestra “media naranja”. Esta media naranja es nuestra alma gemela y solo si la encontramos tendremos un “final feliz”. Pero, ¿qué pasa después? Cuando la realidad se impone y las relaciones se rompen, nos sentimos destrozados por dentro. Si a esta vivencia colectiva le sumas una personalidad como la mía, con cierta obsesión por la perfección, te queda alguien que se toma una ruptura como un fracaso vital de proporciones épicas. 

Lágrimas y vómitos. Así afronté mi primera separación a mis tiernos diecinueve años. La vergüenza y el fracaso eran las sensaciones más recurrentes en aquella etapa. Me sentía fracasada porque esa relación por la que había apostado, mi primer amor, se había terminado. Y avergonzada por tener que compartir este fracaso con el mundo. Han pasado diez años y si en algo he cambiado es en mi relación con el mito del amor romántico. Aprendí a desaprender. 

Cuando me embarqué en mi segunda relación seria, tenía claro que no tenía por qué ser para siempre, pero si pasas ocho años con la misma persona es inevitable hacer planes.  Veía a mi ex pareja como el padre de mis hijos y también podía imaginarme envejeciendo con él, pero también tenía igual de claro que ese futuro era incierto y que todo podía cambiar en cualquier momento. Aún así, viví el último año de relación en un proceso de duelo. Mi agonía se acrecentaba conforme se acercaba el punto de no retorno, pero la certeza de saber que iba a estar bien sola, la certeza de saber que esto no era un fracaso, me ayudó a sobrellevarlo todo con más entereza.

En uno de los textos que leí a finales del año pasado sobre rupturas y desamor, Ana Bernal-Triviño dice esto: ”¿Por qué se deja de amar? Supongo que porque nos hemos dado cuenta de que habíamos dejado de querernos nosotros mismos. Y esa es la mayor de las traiciones que nos podemos hacer en la vida.” Sus palabras me llegaron porque sé que yo me metí en esta segunda relación  sin haber vuelto a quererme del todo a mí misma. Puse un parche y tiré hacia delante pensando que el amor (su amor) lo curaba todo. Y no funciona así.

No es fácil dar el paso.  No es fácil aceptar que una relación ha llegado a su fin. En otro acertadísimo artículo, Ana Bernal-Triviño afirma: “Es mejor romper antes de dejar de querer, antes de que los reproches más duros sean lanzados como sables que atraviesen. Es de admirar reconocer que ha llegado a su fin y soltar. Es de admirar tomar las riendas de tu vida para ser feliz y honesto con uno mismo. Es vencer el miedo.” Efectivamente, hay que ser muy valiente para tomar la decisión de separar tu camino de alguien a quien todavía quieres. Además, entre darse cuenta de qué es lo correcto, ser capaz de verbalizarlo y tomar una decisión… se vive una lucha interna muy dura y compleja. 

Por otra parte, después de tanto tiempo diseñando una vida en común, da auténtico pavor renunciar a ella. Una pareja es un microcosmos que te envuelve y que es muy difícil dejar atrás: los amigos en común, las relaciones con la familia, las propiedades conjuntas, los planes de vida… En un momento dado se hace necesario parar y desenredar esa maraña para llegar al núcleo, a ese “tú y yo”, y sopesar. Yo me di cuenta de que me pesaba más romper todo este microcosmos que dejar de ser un tándem con mi pareja. Y supe que se había terminado. De repente me encontré a las puertas de los temidos treinta sin haber cumplido ninguna de las metas vitales que la sociedad tenía pensadas para mí. Y aparece la dichosa pregunta que sobrevuela toda ruptura: ¿he perdido el tiempo?

La vida me ha enseñado a apreciar la belleza de lo efímero. Y por eso pude disfrutar de Historias de un matrimonio. Lo que más me llegó de la película es que empieza y termina con ellos quedándose con lo bueno. Incluso después de la rabia y el odio, todas esas cosas bonitas que piensan el uno del otro siguen ahí. Han existido y nunca morirán.  Sé que suena paradójico decir que nunca morirán cuando estoy hablando de la belleza de lo efímero, pero me refiero a que nunca morirán mientras vivamos. Todas nuestras experiencias y sentimientos forman parte de nosotros. Forman parte de nuestro breve paso por la existencia. Y por eso yo decido atesorarlo. Decido que un matrimonio que termina no es un fracaso. Decido que mi última relación no fue un fracaso. No he malgastado mi tiempo. Fuimos, sentimos, erramos, reímos, sufrimos, amamos, compartimos, lloramos, quisimos, gritamos, disfrutamos, acertamos y respetamos durante ocho años. Y eso nadie me lo va a quitar. 

Este verano, hablando con una persona muy querida sobre su ruptura y la mía, le dije lo siguiente: “¿Qué es salir bien?” Parece que un final feliz es, como en las películas, aquel en el que hay boda y niños pero, curiosamente eso, más que el final, suele ser tan solo el principio. Por otro lado, todos conocemos parejas que se casan aunque no sean felices juntos. ¿En serio tengo que pensar que ellos son los que triunfan? ¿Es eso el “final feliz”? Entonces no lo quiero. Final feliz es que dos personas hayan compartido su vida con respeto y cariño durante un tiempo. Final feliz es volverse a enamorar. Final feliz es reencontrarse con uno mismo. Final feliz es transitar por la vida, con las necesidades básicas cubiertas, disfrutando de los buenos momentos y enfrentándose como se pueda a los malos. Y por eso me gustan las películas como Historia de un matrimonio. Porque la vida es así: dura y maravillosa a la vez.  Que es hora de “Entender, quizás y de una vez, que las parejas se acaban, naturalmente” (Anna Pacheco). Y no pasa nada. ¿Qué es salir bien? Incluso estos días en los que me siento algo deprimida, sigo pensando que ha salido bien.