
En las páginas de Las maravillas, la primera novela de la escritora cordobesa Elena Medel, Alicia y María pasean por las calles de Canillejas y de Carabanchel respectivamente. Aunque lo correcto sería más bien decir que las transitan; Alicia y María no tienen tiempo, ni dinero, para pasear.
Vivo en Tetuán. En los días que leo la novela de Medel y acompaño a María y a Alicia por sus páginas, hace buen tiempo y tengo la suerte de poder pasear. Las imagino por unas calles como las que recorro yo todos los días; porque si algo tienen los barrios obreros de las grandes ciudades es que, a pesar de la marcada identidad de cada uno, son, en el mejor de los sentidos, intercambiables, anónimos.
Veo mujeres que podrían ser Alicia y María: del sur, del norte, latinas, del este, cansadas, con sus cuerpos a cuestas, marcados por sus experiencias. Y eso, pienso, me ayuda a entender mejor la novela.
Cuenta la propia Elena Medel (que, además, como yo, y como María y Alicia, también procede del sur) que la novela tiene mucho “de carta ingenua de amor a Madrid”, pero al Madrid auténtico, a la ciudad en la que ella misma vive, “no una postal del centro, sino los barrios a muchas paradas de metro de ese centro”. Y apunta: «Esa construcción de los escenarios físicos —y esa construcción de la ciudad: el ruido, el olor— de la novela tiene que ver con mi propia experiencia viviendo en Madrid, y con la necesidad de escribir sobre aquello que conozco, con esa escritura desde las circunstancias sobre la que habla a menudo Annie Ernaux«.
Pienso en María, que cuando acude a trabajar a las oficinas de Nuevos Ministerios o a las casas señoriales de Ventura Rodríguez, es una turista en su propia ciudad.
En ese Madrid “que ha contado y se ha contado menos”, en palabras de la autora, viven Alicia y María, que entienden la vida de forma muy diferente, pero que tienen circunstancias similares. “Me interesaba abarcar varias décadas gracias a su pertenencia a generaciones diferentes”, señala Medel, “porque me permitía desarrollar ideas como que la precariedad no responde a una cuestión generacional ni a crisis puntuales, sino que está enraizada en la clase y se recrudece con el género”.
«Incluso para protestar hay que tener dinero»
Es difícil escribir una novela sobre los cuidados, la clase, el género y el dinero y encontrar la voz adecuada. Elena Medel lo consigue a través de una voz narrativa muy original, que nunca es neutral, porque no puede serlo; «unas veces mira como testigo y otras se inmiscuye como omnisciente, pero siempre es caprichosa y subjetiva», explica ella misma.
Esa voz es particularmente aguda en una escena en la que María se reúne con amigos de la asociación vecinal a la que acude. Celebran la victoria electoral de Felipe González y María es la única mujer del grupo. Está allí únicamente, en realidad, porque es la pareja de uno de ellos. Todos tienen ideas rimbombantes sobre la clase, el trabajo, la liberación de la clase obrera, pero, ¿dónde entran las mujeres en esa retórica?
«Todo es político; incluso cuando niegas que todo es político, en cualquier gesto, en cualquier decisión por nimia que parezca, existe un posicionamiento»
Es una de las reflexiones que se desprenden de la novela: la clase como reivindicación, históricamente, siempre ha estado por encima del género, a pesar de atravesarla profundamente. Elena Medel, a propósito de una cita de Las maravillas que saco a colación (“Incluso para protestar hay que tener dinero”), me responde en ese sentido: «La mayor parte de la visibilidad, de la responsabilidad, en las luchas sociales ha recaído en quienes disponían de tiempo para dedicarse a ellas, y de dinero para sostener ese tiempo».
¿Significa eso que se ha apartado de las luchas sociales a los más vulnerables? ¿Es la asignatura pendiente del feminismo (o feminismos)? Como señala Medel, «tus circunstancias, la clase a la que perteneces, determinan también tu capacidad para protestar y reclamar».
Las maravillas es una novela incómoda mientras dura su lectura, porque le hace a una revisar su actitud hacia ciertas luchas. Comienza y termina con la huelga y la manifestación feminista de 2018, y cuando le pregunto por qué, es clara: «Viví la manifestación del 8 de marzo de 2018 con mucha emoción, participé con mis amigas, caminamos hasta Plaza de España y regresé a casa pensando en que algo estaba cambiando; intercambié mensajes con amigas desde otros barrios y en otras ciudades, con mi madre y con mi hermana. Sin embargo, al día siguiente pensé en qué ocurre con las mujeres que quisieron estar y no pudieron. Con las mujeres que están trabajando, cuidando —es también un trabajo—, que no pueden renunciar a un día de sueldo».
Los cuidados, el dinero y la falta de él, y nuestras historias, y nuestras vidas, y la marca que dejan en nuestros cuerpos. Otra de mis escenas favoritas de Las maravillas (que es también el capítulo favorito de su autora) coloca a María en el baño de un bar, donde termina conversando con una chica de clase más alta que ella, que también es madre, y se contraponen sus experiencias marcadas en sus cuerpos. “Me centro en el cuerpo porque somos cuerpo”, explica Medel. “El cuerpo nos presenta: por el cuerpo se nos juzga, se nos acepta o se nos rechaza, se nos invisibiliza. Nuestro cuerpo nos cuenta, y cuenta nuestra historia», apunta la escritora.
La literatura de los cuidados
Las maravillas está también atravesada por la maternidad. María elige, impulsada también por las circunstancias, no ser la madre que esperan de ella; Alicia elige entender la maternidad como una transacción con su pareja, «parte de las concesiones que él le exige», y aunque reflexiona sobre ella, la rechaza.
En palabras de la autora: «La maternidad aparece desde diferentes perspectivas: el nexo evidente entre madres e hijas, por supuesto, y con ella los cuidados que se presuponen —y que se imponen— por el vínculo familiar, y las reacciones cuando esos cuidados se rechazan o se niegan; pero también la maternidad en relación con otras cuestiones que vertebran la novela, como el cuerpo o la clase».
Me fascina, y así se lo pregunto, cómo trabajó a los personajes para reflejar esa precariedad atravesada por el género. Y suelta otro dardo para pensar: «A veces, cuando leo una novela o veo una película o una serie, me llama la atención que algunos personajes se describan o actúen desde un cliché adjudicado a su clase social, casi siempre cuando son trabajadores o trabajadoras de clase baja o clase media —si es que la clase media existe, claro; ese es otro asunto—: se les infantiliza, se les niega cualquier complejidad. En este sentido no quería romantizar a los personajes ni sus circunstancias, me negaba a escribir desde la superioridad —desde el desclasamiento o el complejo de clase— o el paternalismo«. Y cita la obra de Eva Ilouz como imprescindible para entender «la irrupción del capitalismo en nuestras emociones».
¿Se han reflejado los cuidados, y la precariedad asociada a ellos, en nuestra literatura? Medel cita los cuentos de Ana María Matute, novelas de Carmen Martín Gaite, a Belén Gopegui, a Marta Sanz y a Silvia Nanclares, entre otras. La literatura sobre los cuidados «la escribían y la escriben las mujeres, sobre todo, y lo que las mujeres escriben —escribimos— apela a las mujeres, de nuevo no a La Humanidad; La Humanidad, principalmente, son Los Hombres».
Las maravillas es, ante todo, una novela profundamente política; porque, sí, lo personal, ya lo sabemos, es profundamente político.