
Una de las cosas que más echo de menos de la época precovid es salir de fiesta.
Los cuerpos sudorosos, la música que te hace vibrar, perrear hasta el suelo con las amigas, el rímel corrido, las medias rotas, llegar a casa con el sol bien alto…y las conversaciones en los baños de mujeres. Es una verdad universal que en esos baños se dan los mejores ejemplos de sororidad que hemos vivido nunca entre completas desconocidas:
– “¿No hay papel? Toma medio klínex, compartimos”.
– “El más limpio es el váter de la derecha».
– “No te preocupes, yo tengo un tampón”.
– “Estás divina. Me encanta tu modelito”.
-“¿De dónde son esos zapatos?”
– “Eres preciosa.¿Por qué lloras?”
– “Él no te merece. Pero, ¿tú te has visto?”
– “Menudo gilipollas”.
– “¿Cómo te has hecho la raya del eyeliner tan perfecta?”
– “Nena, limpia esas lágrimas y sal con la cabeza bien alta”.
– “A todas nos ha pasado”.
– “Toma mi pintalabios”.
– “Tranquila que te vigilo yo la puerta”.
– “Estoy segura de que vales muchísimo”.
– “No estás sola”.
Sé que no soy la única que siente esto. Gema J. Maldonado lo comentó en su sección semanal en el programa Buenismo bien hace unas semanas y la ilustradora Anastasia Bengoechea, más conocida como @monstruoespagueti en redes sociales, publicó la imagen que encabeza este post y que no tardó en hacerse viral. Claramente, el sentimiento es compartido.
A falta de discotecas, yo soy de las que me busco la vida y me pongo a bailar en cualquier momento y lugar, ya sea viendo La isla de las tentaciones (ese DJ sabe lo que queremos) o en el supermercado cuando hago la compra. Y a falta de baños de ocio nocturno en los que establecer relaciones bonitas y quasi efímeras con mujeres semidesconocidas en avanzado estado de ebriedad… tengo Instagram.
Sí, Instagram es mi nuevo baño de chicas. Un baño en el que el uso y abuso de alcohol es menos frecuente (o no, quién sabe) y en el que no tengo que ponerme en cuclillas para mear mientras hago aspavientos con las manos para que no se apague la luz. Un baño en el que no pueden dejarme un pañuelo o un tampón, pero en el que encuentro la misma actitud sorora que en esos baños insalubres que tanto echo de menos.
Nos leemos. Nos escuchamos. Nos cuidamos
Lo cierto es que mi pequeña comunidad de Instagram la forman sobre todo mujeres. A la mayoría las conozco en persona, son amigas o conocidas, pero a otras las empecé a seguir porque las admiro o porque tenemos intereses comunes, como literatura y feminismo. Alguna de ellas incluso ha traspasado la barrera virtual y ha terminado convirtiéndose en amiga.
El otro día una chica me preguntó de dónde era el body que llevaba puesto en una foto y me dijo que estaba estupenda. Otra, valiente, compartió una vivencia dura y le escribí para decirle que yo también he estado ahí, que no está sola. Otras aparecen fugazmente para decirme que mi último texto les ha marcado o les ha hecho llorar, o simplemente que les ha gustado mucho, y llenan mi corazón de calidez y amor. Los fueguitos, emoticonos amorosos, sonrisas y apoyos vienen, casi siempre, de ellas.
Cuando anuncian un nuevo proyecto o triunfo personal, me alegro y las felicito, y también me entristece cuando comparten alguna noticia negativa o muestran que no están pasando por un buen momento. Y ellas hacen lo mismo conmigo. No hace mucho tuve uno de esos días grises en los que no era capaz de levantarme de la cama. Ya sabéis a qué me refiero. Pues fue una conversación con una de estas amigas, una de esas que todavía no he podido desvirtualizar, lo que me dio la fuerza y el impulso que necesitaba para, por fin, abandonar el refugio del edredón y enfrentarme a la vida.
Nos leemos. Nos escuchamos. Nos cuidamos. Veo en estas relaciones la fuerza del #MeToo, mezclada con esa cercanía de “la colega del baño”. Y me encanta. Porque siempre habrá personas malas, amargadas y/o alienadas que dedican su tiempo a criticar y juzgar lo que cada uno sube a redes sociales, pero hay otras tantas que dedican su tiempo en esta red a repartir y recibir cuidados y amor.
Una de mis citas favoritas de Pensamiento monógamo terror poliamoroso , el libro de Brigitte Vasallo que no me canso de recomendar una y otra vez, es esta: “Joder, ¿pero el amor no es lo que nos salva, tía? Y sí, claro. Pero el amor no es eso: el amor somos nosotras. (…) El amor es esa incondicionalidad, ese apoyo, ese cariño en lo mejor y en lo peor, ese poder reírnos de ese follón(…) Ese es el amor que nos salva y ese es el amor que no vemos, el que consideramos menos amor que otros, al que no damos la importancia que merece y sin el que no podríamos salir adelante en este mundo de mierda. Ese amor. Ese bosque».
Y ese es el amor que encuentro en Instagram. Esas son mis chicas. Mis amigas de baño. Mi bosque. Gracias a todas.