La Línea de Fuego

Las gordas también son protagonistas (lo creas o no)

Piensa en todas aquellas películas que veíamos de pequeñas. Todas las princesas a las que mirábamos con devoción y a las que, prácticamente todas, jugábamos a encarnar en algún momento. Blancanieves porque te encantaban los animales, Bella porque te gustaba leer, Ariel porque quién no ha querido bailar bajo el mar, Mulán porque ya intuíamos que las chicas también pueden ser guerreras. Todas ellas tenían algo en común: que eran delgadas. Unas morenas, otras rubias, ojos azules, marrones, verdes. Distintos tonos de piel, poco a poco. Pero todas y cada una de ellas eran delgadas. 

Para las que crecimos siendo niñas gordas esto nos complicaba bastante la existencia. A mí me encantaba disfrazarme de princesa. Y mi abuela me hacía mis vestiditos a medida. Pero sabía que no podía ser una princesa. Porque las princesas no eran gordas. 

Antes de escribir este artículo pregunté a mis seguidoras en Instagram con qué personaje de Disney se sentían identificadas de pequeñas y si en algún momento les habían impuesto un personaje por su corporalidad. La mayoría de mis seguidoras delgadas contestaron con su princesa Disney favorita. La respuesta de mis seguidoras gordas, en cambio, fue “con ninguna, pero me llamaban Úrsula por mi cuerpo”. 

Nada más lejos de la realidad. Cuando habitas un cuerpo marginal y disidente, solo puedes ser el personaje secundario gracioso y rechonchete: Pumba, Ding Dong y la señora Pots en La Bella y la Bestia, el niño de Up, el ratoncito Gus, las hadas Flora, Fauna y Primavera… O, efectivamente, una villana como la Reina de Corazones o Úrsula. Sobre esto escribieron las compañeras de We Lover Size hace unos años en «¿Qué pasa con Disney y los cuerpos gordos?». De mayores nos damos cuenta de que Úrsula es maravillosa y que probablemente es lo que más mole de La Sirenita, pero de pequeña, ¿quién quiere ser la mala mientras todas las demás niñas del colegio juegan a ser princesas y heroínas?

Y diréis, ¿qué pasa con algunas como Nina, la hermana de Lilo en Lilo&Stitch? ¿O con Chel, de La ruta hacia el Dorado? Ambas tienen curvas, sí, pero justo en el lugar donde el patriarcado las permite. No olvidemos, tampoco, esa imagen de Peter Pan en la que Campanilla, mientras se mira al espejo, mide el tamaño de sus caderas con las manos horrorizada. 

O en la película Scooby-Doo: Frankencreepy, donde la maldición de Daphne es ser gorda y no puedes evitar pensar “¡Oh, dios mío, la maldición de la guapa es ser como yo!”.

Crecer siendo gorda con un imaginario tóxico

Así vamos creciendo todas, gordas y delgadas, con la idea de que lo bueno y lo exitoso está representado sólo y exclusivamente por la delgadez. Así que en tu cabeza asumes que, si no cumples con este requisito de la delgadez, nunca jamás vivirás una estupenda historia de amor en la que el príncipe te rescata y montan un bodorrio espectacular donde comes perdices sin remordimiento por las calorías y vives feliz. Que necesites o no ese príncipe para ser feliz es otra historia de la que hablaré en otro momento.

Este imaginario súper tóxico en el que lo importante para conseguir tus metas (entiéndase por meta la impuesta socialmente como conseguir un marido y el éxito en la vida) es el tamaño de tu cuerpo, que continúa en los productos audiovisuales que consumimos a medida que nos vamos haciendo adultos. 

Pensemos en Friends. Probablemente es una de las sitcoms que mejor han envejecido de todos los tiempos. Muchísimo mejor que Cómo conocí a vuestra madre, sin duda alguna. Para cuando acabó de emitirse yo tenía doce años y recuerdo horrorizada aquellas escenas que mostraban a una Mónica joven y gorda que sólo buscaban reírse de ella y, por ende, de las personas como ella. Cuando se presenta a Chandler dice sonriente “soy la hermana pequeña de Ross” y él se ríe y masculla un “okey…” que ya deja entrever la mofa por su cuerpo. Si sumamos diálogos de este tipo a que siempre que aparece la Mónica gorda lo hace comiendo, la gordofobia está servida. 

Fotograma de ‘Friends’

No sorprende que el único fin de Mónica sea adelgazar y tener el cuerpo perfecto, como su amiga Rachel, para empezar a vivir su vida. Lo que se entiende, claro, por la vida de una mujer: conseguir un novio al que regalarle “su flor” (ella misma se refiere a la virginidad siempre de esta manera), casarse con él y conseguir ser feliz. Lo consigue, por supuesto, después de un radical cambio corporal. Es así como comprobamos que el éxito de Mónica pasa primero por el éxito de conseguir un cuerpo delgado. 

Un cuerpo gordo no puede merecer amor

Sigamos ampliando miras con ejemplos. En 2001 se estrenaba la película Amor ciego, con Jack Black y Gwyneth Paltrow como protagonistas. Su protagonista es un chico bastante superficial al que solo le ponen las chicas delgadas, pero qué traspiés cuando después de que le hipnoticen se enamora de una gorda, a la que ve, gracias al hipnotismo, como una chica delgada. ¿Moraleja? Solo te enamoras de una gorda si estás chalado o hipnotizado. Y, por supuesto, para ti no es gorda.

Este tema del amor y los cuerpos gordos lo explica muy bien un diálogo interno de Plum, la protagonista de la serie Dietland (Amazon) – no dejéis de ver esta fantasía de serie, de verdad-, que en el primer capítulo conoce a un detective que intenta acercarse a ella. Después de que el hombre le dé una tarjeta con su número de teléfono, Plum afirma que ha visto a muchos como él que solo quieren acostarse con gordas por puro fetiche. “Se follan a chicas como yo, pero se casan con mujeres como ella”, dice antes de la presentación de su jefa, Kitty Montgomery, una mujer perfecta y delgada que encabeza una revista femenina. 

Por supuesto que hay series y películas que lo hacen bien, huyendo de los estereotipos hacia los cuerpos gordos, introduciendo personajes en sus tramas que viven con esa corporalidad, contando sus problemas reales. Me vienen a la mente personajes de Glee como Mercedes, Zizes o Unique. O Kate en This is us. Todas ellas luchando contra los roles gordófobos que la sociedad nos impone. 

Y es que guste o no, las gordas existimos. Y también tenemos derecho a ocupar espacios de representación en las pantallas y portadas. A ser protagonistas. También queremos la posibilidad de imaginarnos princesas y heroínas, aunque luego elijamos a las villanas. 

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