La Línea de Fuego

Hablemos del aborto

Me siento frente al ordenador, abro Google y tecleo: “abortar en Madrid”. Enter. Aproximadamente 919.000 resultados. Los primeros son clínicas privadas que anuncian sus tarifas para abortar. Hago click en una que lleva el nombre de un distrito cercano al mío. La IVE, interrupción voluntaria del embarazo, es gratis porque la cubre la seguridad social. Pero, si no quieres esperar las colas del sistema sanitario saqueado que tiene Madrid, ellos te pueden realizar una por el módico precio de 410€; 310€ si decides renunciar a la anestesia general y ser consciente de todo el proceso. “Sentirás un dolor como de una menstruación muy fuerte”, aseguran en la web. 

Rápidamente hago cuentas. ¿Cuánto puedo tardar en conseguir esos 410€? Bueno, podría pagar con la tarjeta de crédito y luego ya vemos. No estoy embarazada, hasta donde yo sé. Nunca lo he estado. Si lo estuviera, intentaría abortar por la seguridad social. No obstante, cada pocos meses entro en Google para ver cómo está el mercado privado de interrupciones voluntarias del embarazo. Me da cierta tranquilidad mental saber que, en caso de necesitarlo, podría pagarlo. 

Cambiamos de escenario, sigo sentada frente al ordenador. Ahora estoy en el trabajo, no en casa. Abro un certificado médico de defunción de un expediente que acaba de entrar y leo: “Causa de la muerte: interrupción legal del embarazo”. Se me agarrota el cuerpo. ¿Realmente es necesario certificar la muerte de algo que aún no ha nacido? Resulta que no, que solo se hace si quieres dar sepultura al feto, si no eso acaba en el congelador de restos donde van también los miembros amputados de distintas personas. Eso. Un feto rodeado de miembros amputados en un congelador. Un miembro más del cuerpo de una mujer entre cientos de miembros que serán incinerados todos a la vez. 

Todo esto parece tétrico. Pero no lo es. El aborto es un derecho fundamental que gracias a la ley de plazos de 2010 todas las mujeres tenemos garantizado en España; bueno, todas las mujeres que tengan regulada su situación. Este escenario deja fuera a muchas de las mujeres que llegan aquí por diversas situaciones migratorias. Así mismo, nuestra ley no necesita motivos para abortar, es un aborto libre, también legal, y por supuesto, seguro y gratuito. A pesar de todo esto, algunas asociaciones religiosas, de las que llamamos extremistas, agolpan a sus seguidores a las puertas de distintas clínicas abortivas para insultar a las mujeres que ejercen este derecho sobre sus cuerpos. 

Siempre hemos abortado

Es curioso como durante siglos de historia hay un vacío sobre el aborto. No es que siempre haya sido tan fácil, ni haya estado exento de polémica, es que, hasta la consagración del cristianismo primero, y de la medicina moderna después, los abortos han permanecido en el ostracismo, en ese lugar en el que ha estado siempre todo lo femenino. Han sido la parte oculta del mundo de las otras, totalmente separado del mundo de los hombres y, por tanto, ha estado más o menos a salvo de la autoridad patriarcal.  

“Eran las mujeres quienes impartían consejos, instrucciones y recetas a las gestantes y a las puérperas, eran ellas quienes ayudaban a parir y a abortar, con los saberes oralmente transmitidos de mujer a mujer y estrechamente ligados a los conocimientos femeninos intrafamiliares de la vida cotidiana. El aborto a menudo era practicado por la comadrona, a veces por la propia mujer embarazada, muy raramente por médicos” afirma Giulia Galeotti en su Historia del aborto

Estos casos de abortos caseros son lo que actualmente conocemos como abortos clandestinos. Una práctica que puede ser muy peligrosa y que aún se ejerce en los países donde la interrupción voluntaria del embarazo sigue siendo ilegal. La escritora Annie Ernaux nos cuenta en su libro, El acontecimiento, cómo abortó de manera clandestina en la Francia de finales del siglo XX: “A la mañana siguiente me tumbé en la cama y deslicé con precaución la aguja de hacer punto dentro de mi sexo. Buscaba a tientas, sin encontrarlo, el cuello del útero y no podía evitar detenerme en cuanto notaba dolor. Me di cuenta de que no conseguiría hacerlo sola. No estaba a la altura.”

De igual modo, en los años 70 del siglo pasado, un grupo de mujeres feministas italianas que se agrupaban bajo el pensamiento de la diferencia sexual se manifestaron en contra de la legalización del aborto alegando que se haría bajo leyes patriarcales. Ellas preferían simplemente su despenalización para mantener el aborto como un saber femenino

Esta retórica puede parecer interesante e incluso empoderante. Ocuparnos nosotras mismas de nuestros cuerpos, dejar a los hombres y a toda la medicina patriarcal con su violencia obstétrica fuera de nuestros úteros. Sin embargo, no podemos olvidar los riesgos sanitarios que esto tendría para todas aquellas mujeres que no cuenten con un grupo de apoyo con conocimientos suficientes como para realizarles un aborto seguro. La ONG Alianza por la Solidaridad calcula que cada año 47.000 mujeres mueren a causa de un aborto clandestino. Muertes que podrían haberse evitado de haber existido un aborto legal.

Clandestinidad: agujas de hacer punto, perchas y misoprostol

En los últimos años hemos visto como algunos países despenalizaban el aborto. Es imposible olvidar las lágrimas de las irlandesas concentradas en la calle cuando se aprobó la ley del aborto en 2018. También hemos visto la lucha incansable de las argentinas que siguen llenando las calles de pañuelos verdes a pesar de que los políticos se encargan de desestimar todas las propuestas de ley sobre interrupciones voluntarias del embarazo. 

En nuestro país la ultraderecha ha irrumpido en el Congreso con unas ideas cristianas, y extremistas, muy extremistas, sobre el aborto; amenazando con ilegalizarlo si consiguieran llegar al Gobierno. Cabe recordar que, hace unos años, el que era Ministro de Justicia tuvo que dimitir por la presión que sufrió al intentar volver a una ley del aborto basada en supuestos, a saber: solo se podría abortar si peligra la vida de la madre, si el embarazo puede afectar psicológicamente a la madre, si el feto presenta malformaciones o si el embarazo es fruto de una violación.

Los continuos ataques a nuestros derechos reproductivos son una muestra más de que seguimos viviendo en un patriarcado. El mismo que intenta reinventarse frente a cada progreso feminista. De hecho, en España, la “objeción de conciencia” puede hacer peligrar el derecho al aborto. Un médico de un hospital público puede negarse a realizar una interrupción del embarazo por esta causa. Esto no supone ningún problema si vives en una ciudad grande con varios centros sanitarios a tu alcance, pero la cosa puede complicarse para las mujeres que residan en núcleos más pequeños. 

En el mundo, el aborto clandestino sigue siendo una realidad. Ernaux utilizaba una aguja de hacer punto. En toda Latinoamérica la percha metálica es conocida por su utilidad para abortar y hay cientos de webs que te guían para abortar en casa con misoprostol de una forma segura, en todas se aconseja tener a una persona de confianza cerca por si algo falla.

Aborto legal, seguro y gratuito

Las que hemos tenido la suerte de nacer en un país donde la interrupción voluntaria del embarazo es un derecho puede que nunca nos hayamos parado a pensar dos veces cómo sería un aborto clandestino. En mi caso, nunca me había parado a pensar que realmente hay que romper la bolsa materna para que se pierda el líquido amniótico, el cuerpo sienta que tiene que parir y comiencen las contracciones que acabarán con un feto sin terminar de crear siendo expulsado. 

El aborto ha sido uno de los temas que más me ha obsesionado desde que empecé a mantener relaciones sexuales con hombres. A lo largo de los años he devorado todos los libros o series que trataban, de una manera o de otra, la problemática del aborto. Quizás, esta obsesión se deba a que no sé si, llegado el momento, sería capaz. Los relatos que nos han contado hablan de la culpa y el remordimiento que sentimos las mujeres después de abortar. De hecho, por estadística, muchas de las mujeres que todas conocemos han abortado y muy pocas se han atrevido a verbalizarlo en voz alta. Para acabar con la culpa y el estigma en torno al aborto es necesario que las mujeres tomemos la voz que nos ha sido negada y hablemos de nuestras experiencias. Una interrupción voluntaria del embarazo no debe ser fácil, pero tampoco podemos dejar que el relato sobre la misma sea el trauma que enterramos debajo de la cama como Arabella en I may destroy you. La feminista norteamericana Gloria Steinem decidió empezar sus memorias, Mi vida en la carretera, con una dedicatoria al doctor que le practicó un aborto cuando aún era ilegal, asegura que el médico le dijo: “Tienes que prometerme dos cosas. Primero, que no le darás mi nombre a nadie. Segundo, que harás con tu vida lo que te apetezca.” Defendamos el aborto libre, legal, seguro y gratuito para poder vivir nuestras vidas y hacer con ellas lo que nos apetezca.