La Línea de Fuego

Renacimiento

Ilustración: David García

Las lágrimas caían por sus mejillas. Aquel día no hubo amanecer, ni tampoco esperanza. Mientras veía con sus propios ojos cómo el fuego se llevaba por delante años y años de trabajo en el paraíso asturiano, en la otra punta del planeta, las guardianas del Amazonas, las mujeres de la etnia yanomami, hacían todo lo posible por salvar su hogar de las llamas.

Si algo tienen en común las mujeres de mi pequeño paraíso y las que forman la etnia yanomami es su capacidad para renacer. Su poder para vivir y dar vida. Este verano miles de incendios han vuelto a azotar la Amazonía brasileña y otra decena ha arrasado el norte de España. Sin embargo, la crisis del coronavirus ha relegado a un segundo plano uno de los males endémicos de nuestra sociedad; un mal cuyas principales víctimas — no nos olvidemos– son las mujeres. 

Mujeres diversas, luchas complejas 

Ellas, las que residen en pequeños núcleos rurales o las que lo hacen en comunidades indígenas han sido obligadas a vivir en los márgenes de las reivindicaciones dominantes del feminismo. Víctimas de la opresión sexista — que las golpea día tras día física, mental y espiritualmente– estas personas han convertido la naturaleza en su principal refugio, en su mayor aliada. 

«Las mujeres indígenas han comenzado a ser respetadas como líderes, que buscan no solo la justicia y respeto a sus pueblos y a sus formas de vida sino que además están en proceso de cuestionamiento a la discriminación y exclusión que han vivido y de la que en sus comunidades no han estado exentas», explicaba hace unos años Georgina Méndez Torres, indígena Chol, antropóloga de la Universidad Autónoma de Chiapas, México, en el artículo ‘Mujeres indígenas: entre la esperanza y la búsqueda de mundos posibles’.

La lucha feminista en América Latina siempre ha estado llena de obstáculos. En la actualidad, los pueblos que viven en el Amazonas se enfrentan a una triple amenaza provocada por el coronavirus, el desmantelamiento de las políticas medioambientales y la inacción internacional.  La protección de los territorios y tierras ancestrales es el eje central alrededor del cual gravitan las esperanzas de miles y miles de mujeres yanomamis, unas esperanzas que el coronavirus ha convertido en cenizas. 

¿Quiénes son las yanomamis?

“Más que vulnerabilidad, los pueblos indígenas hemos demostrado resiliencia durante los últimos siglos y esta no será la última vez”. Con estas palabras comenzaba el informe ‘Los pueblos indígenas ante la pandemia de la COVID-19’ elaborado por el Fondo para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de América Latina y El Caribe (FILAC). El amor tiene múltiples manifestaciones y una de ellas es el respeto y la admiración por la naturaleza. Este sentimiento es el que comparten todas aquellas personas que conforman el pueblo yanomami, que vive y vela por las selvas y montañas del norte de Brasil y del sur de Venezuela.

La ambición desmedida de una sociedad que daba sus primeros pasos en la globalización acabó con la vida del 20% de los yanomamis durante la década de los ochenta, cuando decenas de buscadores de oro decidieron destruir sus tierras sin ningún tipo de remordimiento.

La historia cuenta que hace 15.000 años este pueblo tuvo la valentía de cruzar el Estrecho de Bering –que conecta Asia y América– para llegar a América. Desde entonces el Amazonas ha sido su hogar, un lugar al que no están dispuestos a renunciar, aunque el precio a pagar sea su vida, tal y como les ha ocurrido a miles de mujeres yanomamis.

Hace un año, Canadá anunció que la desaparición y asesinato de miles de mujeres indígenas equivalía a genocidio. Por un momento un rayo de luz y de esperanza hizo creer a estas mujeres que las autoridades harían algo para abordar esta tragedia. Pero no ha sido así. Ni será, al menos no por ahora, ya que el Gobierno ha decidido no hacerlo hasta que acabe la pandemia del coronavirus. 

En Brasil ni siquiera se han planteado este problema. La transmisión de sus costumbres, la preservación de sus territorios, terminar con el racismo y las prácticas patriarcales son algunas de las luchas que reivindican las mujeres indígenas en esta región, cuyo Gobierno no está dispuesto a escuchar sus solicitudes.

En la comunidad yanomami, el cuerpo es el medio por el cual una persona puede demostrar su pertenencia a la sociedad y conectarse con un mundo espiritual, en donde la naturaleza es el principal dios a venerar. Los indígenas de esta etnia utilizan su propio cuerpo como lienzo para rendir homenaje a sus ancestros. Los colores utilizados por las mujeres son el rojo y el negro; unos colores que representan sus ganas por vivir y su fuerza por luchar para acabar con la discriminación a la que se han visto sometidas durante décadas. 

Resiliencia en tiempos de pandemia 

El 9 de abril la historia del pueblo yanomami volvió a dar un giro de 180 grados. La amenaza del coronavirus se había instalado a las puertas del Amazonas y sus guardianas no fueron capaces de hacerla retroceder. Sin embargo, el impacto de la pandemia en este y otros pueblos indígenas se ha pasado por alto en la saturación general de datos, según han denunciado varias ONG.

Las yanomami culpan de la propagación del virus a los 20.000 buscadores de oro que invaden ilegalmente sus tierras en busca del precioso metal. En junio, un tribunal decretó que el Ejecutivo brasileño tenía que retirar de las tierras yanomami a los conocidos como buscadores de oro, un sector de la sociedad que el presidente Jair Bolsonaro ha apoyado en varias ocasiones, como parte de su estrategia política para obtener votos. 

“Las pandemias afectan de manera diferenciada a los distintos grupos poblacionales, exacerbando las desigualdades ya existentes en la sociedad. Entre esos sectores, sin duda, se encuentran los pueblos indígenas”. Estas fueron las palabras utilizadas el pasado mes de marzo por el Consejo Directivo de FILAC para advertir del peligro de esta situación.  Según esta institución, en América Latina, la población indígena supera los 45 millones de personas, poco menos del 10% de la población total de la región. En este escenario se han registrado hasta 826 comunidades diferentes, de las cuales, alrededor de 100 tienen un carácter transfronterizo, entre ellas los yanomamis. 

Esta realidad multicultural está marcada por la vulnerabilidad extrema que azota a las miles de mujeres que viven en estas áreas; una vulnerabilidad que se manifiesta principalmente a través de altas tasas de desnutrición, dificultad para acceder a servicios de salud o la precariedad en la infraestructura.

El arte de vivir — dice un dicho popular — es la capacidad de cambiar las hojas sin perder las raíces. Estas mujeres — las que viven en el Amazonas o en pequeños núcleos rurales de cualquier parte del mundo– han aprendido con el paso del tiempo a defender sus propios derechos, como mujeres y como personas, así como a diseñar feminismos “mestizos e intrusos, con lealtades divididas y desapegadas de pertenencias exclusivas”, como los definirían las personas que dan vida a la organización Eskalora Karalola, escritoras del prólogo del libro ‘Otras inapropiables. Feminismos desde las fronteras’. Unos feminismos que son ahora más necesarios que nunca y que, en ningún momento, dejan de lado sus raíces. 

La sororidad en algunas de estas comunidades va mucho más allá del significado propio de la palabra, tal y como han demostrado con el paso del tiempo. Aquel día, del cual os hablaba al empezar esta pequeña reflexión, sus lágrimas se convirtieron en fuerza, la fuerza que les permitió y permitirá volver a renacer juntas y más vivas que nunca.