La Línea de Fuego

‘Entre los rotos’ o cómo buscar el sentido en los recuerdos

Cuando abres Entre los rotos sabes que irremediablemente te estás asomando a un precipicio. Alaíde Ventura Medina trae en el último título de la editorial Tránsito una historia agria, amarga, de búsqueda en los recuerdos que construyen el ser de las personas, en el sentido que la memoria tiene para la vida. Y lo hace jugando a una ficción perfectamente novelada donde la violencia machista en el entorno familiar, física y psicológica, es la protagonista.

A través de las páginas de Entre los rotos, Ventura Media entreteje un relato de de la narradora por su juventud con el que intenta reconciliarse con su familia: un padre maltratador que nunca se va del todo, una madre ausente para ella, un hermano que sufre las consecuencias de la familia. Y, sobre todo, trata de recomponerse a sí misma pese a ello.

Entre los rotos nos reconocemos fácilmente. Nos atraemos y repelemos en igual medida. Conformamos un gremio triste y derrotado. Somos la aldea que se fundó junto al volcán, la ciudad que se alzó sobre terreno inestable. Todos los días son el día del gran terremoto. Se vendrá abajo nuestro pueblo. De un momento a otro desaparecerá de la faz de la Tierra.

Alaíde Ventura Medina nos lleva por un recorrido entre los sentimientos de las almas rotas por la violencia y un retrato de sus consecuencias. Nos conduce hacia la culpa, hacia el rencor y la desesperanza pese a que haya rayitos de sol. Hacia la necesidad de huir. «La normalidad es esta memoria hecha de fragmentos irrecuperables», dice en un punto del libro.

Las gentes miraban a mamá con lástima, como si quisieran ayudarla y al mismo tiempo tuvieran miedo de que los contagiara de su mal. Muchos creen que la soledad es un tipo de enfermedad. Yo también lo pienso en ocasiones.

Aborda la autora mexicana el tema de la violencia machista como uno de los ejes centrales de la novela, como la causa ineludible de que estén rotos esos fragmentos de vida que cuenta. El padre maltratador que paga su ira contra su hijo lanzándole por la ventana, que golpea y destruye los muebles, que insulta a la madre («lo que tiene de bruta lo tiene de fea«), que veja a la narradora («hasta parece que te gusta perder», «gorda, marrana, lonjuda, deforme, ¿qué no quieres tener novio cuando seas grande?»), que desaparece de sus vidas para volver cuando menos falta hace. Que intenta reconquistar con dinero pero no deja más que culpa y dolor a su paso.

Irremediablemente las páginas de Entre los rotos pasean por la huellas de la violencia: una protagonista incapaz de crear relaciones afectivas duraderas, que se consigna a sí misma como cobarde, «acabaría decepcionando a Memo, a Ana, a todos. Por eso opté por lastimarlos primero«, impulsiva y celosa, pero también como una persona que ha tenido que hacerse a sí misma a través de una máscara.

Yo también sonrío. No sólo eso. Interpreto de la peor forma posible que alguien no me sonría de vuelta. Siento como si me estuvieran dejando con la mano extendida. Aprendí, de muy chica, a ganarme mi lugar en este mundo. No bastaba mi sola existencia, yo tenía que aportar algo. Si no iba a sumar belleza, por lo menos gracia.

La autora no se olvida tampoco de uno de los temas que más candentes resultan en la actualidad, y menos mal. Deja entrever la salud mental, especialmente en el personaje de Julián, a través de cuyas fotografías guardadas en una bolsa de plástico su hermana reconstuye la historia de su familia y de búsqueda de sí misma. Indaga así Ventura Medina en los sentimientos de los recuerdos a través de los fragmentos, de las fotos que evocan y mantienen la memoria. Aunque sea a trazos, los del olor a hule quemado, el sonido de los golpes. El silencio.

Un relato conmovedor y emotivo del que, pese a la dureza, no podemos apartar la vista. Como esas fotografías que nos muestran personas que nunca conocimos o de las que ya a penas nos acordamos, pero cuya memoria nos resistimos a soltar.