La Línea de Fuego

Mejor cállate tú

Espalda de mujer.
Fotografía original de Alberto Lorenzo

Mujer y deporte: una relación complicada

Si buscáis en Google “beneficios del ejercicio físico”, encontraréis miles de entradas explicando las bondades de incorporar a nuestras rutinas un poco de actividad física diaria. Poco puedo añadir a esto. Es la intersección mujer y deporte la que me interesa. 

Desde que somos pequeños, la sociedad condiciona nuestros gustos y elecciones según nuestro género. La mayoría de catálogos de juguetes separan entre niño o niña: para ellas, juguetes de carácter más pasivo y un universo de tonos pastel donde el rosa es hegemónico; para ellos, juguetes de acción y colores vívidos. En moda, tanto de lo mismo. Es así como, a través de un sistema cultural complejo que atraviesa todos los aspectos de nuestras vidas, nos convencen de que al niño no le gusta el rosa y de que la niña no quiere estudiar ingeniería.

Sí, nuestra sociedad ha avanzado en los últimos años en estos aspectos, pero queda mucho por hacer. Trabajo en un gimnasio y día tras día veo padres que traen a la parejita para que ella haga ballet y él taekwondo. El problema sigue existiendo. Y tiene unas raíces mucho más profundas de lo que pensamos. 

Hace tiempo vi una entrevista a la actriz Jennifer Lawrence en la que comentaba que en una sesión de fotos para Abercrombie les pidieron a ella y a otras chicas que jugaran al fútbol. Sus fotos nunca llegaron a publicarse. ¿La razón? Lawrence se lo tomó al pie de la letra y sale en las fotos roja, sudorosa y con cara de esfuerzo. Resulta que en Abercrombie solo querían fotos de chicas con el maquillaje y el pelo intactos haciendo que jugaban al fútbol. 

Son muchas las lecturas que se pueden hacer de esta anécdota. A mí me llevó a pensar en el ballet, la natación sincronizada o la gimnasia artística. Todas son actividades que implican una forma física excelente, fruto de un entrenamiento riguroso y constante. ¿Qué más tienen en común? Pues que en todas se performa con una sonrisa en la cara y sin perder la elegancia. La feminidad actúa como una máscara, como un filtro que hace que los músculos fuertes de estas mujeres no resulten amenazantes.

Una vez, hará un par de años, una conocida me comentó que me notaba muy fuerte. Pensé que lo decía como un halago, pero rápidamente añadió un “pero para ya, que más músculo queda feo”. Es por esto, por mi propia experiencia y la de las mujeres que me rodean, que no me sorprendí al leer los datos del XI Informe Faros del Hospital San Joan de Déu. En él se dice que, durante la adolescencia, el doble de niñas que de niños abandonan el deporte. El doble. En este mismo informe, avalado por el Consejo Superior de Deportes, señalan que las principales causas por las que se produce tal abandono son de carácter sociocultural: “la sociedad proyecta una serie de expectativas y creencias diferentes y desiguales hacia niños y niñas”. El resto de datos del informe son igual de descorazonadores.

Me gusta cuando callas porque estás como ausente

El patriarcado nos quiere débiles, sumisas y calladas. Famosos son los versos de Neruda que dicen “me gusta cuando callas porque estás como ausente”. La grácil bailarina es aceptada porque proyecta una imagen falsa de fragilidad, pero lo cierto es que esa mujer etérea y dócil, musa de los grandes poetas, no nos representa.

Es muy complicado definir qué es ser mujer y qué es ser hombre, pero no es difícil afirmar que, en lo que a idearios se refiere, la fuerza bruta y la violencia entran dentro de la parcela de lo masculino. Se culpa a la testosterona de los arrebatos de ira, de esos clásicos puñetazos en la pared en medio de una discusión, en vez de apuntar a la nefasta educación emocional que los hombres suelen recibir. Sin embargo, en nosotras, en cuanto aparece la ira, rápidamente se nos tacha de histéricas o de locas o se relaciona la emoción con nuestra menstruación. La ira no es para nosotras, no está en nuestra naturaleza; nos cuesta identificarnos con la rabia y la violencia, incluso en el plano simbólico.

Pese a esto, cada vez somos más las que boxeamos, escalamos o practicamos rugby. Y yo me pregunto: ¿qué pasa cuando las mujeres accedemos a esas parcelas de la masculinidad que nos han sido negadas?, ¿qué sentimos al practicar estos deportes?

En La nueva masculinidad de siempre, ensayo muy recomendable de Antonio J. Rodríguez, el escritor cita un texto de la abogada Lizzie O’Shea en el que esta explica los beneficios del empoderamiento físico femenino por medio de las pesas: “Siempre nos dijeron que hiciésemos dieta y mantuviéramos la línea: ocupar menos espacio, en lugar de más. Ahora levanto pesas, orgullosa de expandirme”.

La periodista y escritora Laura M. Mateo practica boxeo y escalada. Ella define así su experiencia: «Empezar a boxear primero y después a escalar ha sido para mí mucho más que un pasatiempo. Gracias a estos deportes me reencontré con la fuerza y la potencia, dos capacidades que enterré en la adolescencia después de que un compañero de clase me llamara ‘marimacho’ por superar a los chicos en algunas pruebas físicas. Más de 10 años después nadie me ha llamado ‘marimacho’, pero sí me han alertado de que podría ponerme “demasiado fuerte”, o de lo mucho que se me iban a “estropear las manos”. Supongo que ser mujer consiste en mantener el cuerpo intacto, delicado y suave para el disfrute de otros. Ahora, sin embargo, cuántas más dominadas hago, más femenina me siento. Cuánto más fuerte, más capaz. Y mis manos, con sus grietas y callos, me parece que se ven más bonitas que nunca. Al impedirnos disfrutar de la fuerza, se nos está impidiendo habitar nuestro propio cuerpo».

Por mi parte, puedo decir que tengo claro lo que siento cuando hago esa última serie de flexiones que pensé que no podría hacer. Sé cómo me siento al presenciar como mi cuerpo cambia y mis músculos se definen cada vez más, reflejando esa fuerza de la que antes carecía. Sé cómo me siento al no tener que pedir ayuda para levantar ciertas cosas y al poder subir las escaleras corriendo y de dos en dos. Sé cómo me siento cuando recibo un puñetazo en la nariz, me limpio la sangre y sigo entrenando. 

Me siento poderosa. Mi definición del empoderamiento, esa palabra tan trillada en estos tiempos, es saber que puedo devolver ese puñetazo, que puedo aguantar el entreno, que estoy más ágil, más dura, más elástica… más feliz. 

Mejor cállate tú

No debemos olvidar que esta lucha no es solo de las mujeres. Que esta calle es de doble dirección. Para avanzar como sociedad debemos derrumbar juntos estos estereotipos que nos lacran tanto a hombres como mujeres, para que el hombre que baila ballet  o la chica que boxea dejen de ser anécdotas y pasen a ser imágenes comunes. Para que al niño nunca más se le diga “los hombres no lloran” y  no termine descargando sus frustraciones contra la pared. Para que a ninguna mujer la llamen histérica por expresar sus emociones. 

Y al que piense que todo está bien cómo está, que las mujeres estamos mejor calladas, débiles y sumisas, le diría lo mismo que a Neruda: mejor cállate tú.

Artículo publicado originalmente en la revista Forma Oberta