
Siempre que leo a Diane di Prima lo hago dos veces. Una para disfrutarla. La otra, para asimilarla. Mi obsesión con lo beat empezó hace ya muchos años. Frecuentaba aquellos bares donde se leía poesía en vivo casi cada noche en Madrid y tenía la sensación de estar asistiendo a la Six Gallery aquel 7 de octubre del 55. La primera vez que leí aquel Aullido de Ginsberg supe que había llegado a mi vida para quedarse. Igual que cuenta Di Prima en Memorias de una beatnik, rescatado por la editorial Las afueras después de muchos años relegado a la marginalidad, en una edición cuidadísima y preciosa que te acoge entre sus páginas.
«Lo cogí y lo abrí con desgana, pues estaba concentrada en el guiso de ternera. Me encontré en medio de Aullido, de Allen Ginsberg. Dejé el cucharón y abrí el libro por el principio. Su poderoso comienzo me atrapó de inmediato», escribe Diane di Prima en sus memorias. «Sabía que el tal Allen Ginsberg, quienquera que fuese, nos había abierto nuevos caminos a todos nosotros por el hecho de publicar aquello. Todavía no sabía lo que significaba, ni hasta donde nos llevaría». Así lo relata la autora, como una fuente de esperanza no para que la gente les escuchara, sino más bien para escucharse unos a otros.
Escribir desde los márgenes
Creo que esa es la manera en que vemos cierta sección de la literatura hoy en día. Y por lo que los beats nunca pasan de moda. Siempre hay alguien gritando desde el margen, que cree que está solo y acaba encontrando a otro alguien predicando en el desierto algo muy parecido. Sin embargo, cuando leía en mis últimos años de universidad Aullido, En el camino, Los vagabundos del Dharma, Yonki o El cumpleaños feliz de la muerte, siempre sentía que me faltaba algo. La representación femenina. Las voces de las mujeres que debían haber formado parte también de aquella generación que revolucionó la literatura de los 50 y trajo de vuelta a la poesía a la primera línea de combate.
Así llegué a Joyce Johnson con sus maravillosos Personajes secundarios (Asteroide) y a Beat Attitude, la antología de mujeres poetas de la generación beat de Annalisa Mari Pegrum. Allí conocí a Diane di Prima. Desde entonces solo había sido capaz de encontrar libros suyos en inglés, hasta que Torremozas publicó el año pasado la maravillosa antología Quita tu cuello degollado de mi cuchillo.
Un alegato por la libertad
Memorias de una beatnik no es precisamente un libro de memorias al uso. Es más bien un paseo por aquellos tortuosos años 50 en Nueva York sobre los que Di Prima construye esta ficción erótica que se alza como un canto a la liberación sexual y la experimentación. Una reivindicación del placer femenino sin fisuras. La escritora aceptó escribir este libro como una novela pornográfica para pagar las facturas de su destartalada casa en San Francisco, cuando todo lo beat comenzó a coger consistencia y definirse como lo que hoy conocemos. Y, a través de sus páginas, descubrimos a una mujer independiente que relata la historia de aquellos que habitaban entre los márgenes, disimuladamente, antes de la palabra beatnik.
Di Prima da cuenta en las páginas de esta novela de encuentros sexuales con hombres y mujeres, habla de abusos, de su infancia en el seno de una familia de emigrantes italianos donde hablar de sexo o quejarse del matrimonio era poco menos que un pecado. Habla de la píldora y los métodos anticonceptivos, del aborto y los orgasmos. De hecho, dedica incluso un capítulo entero a los orgasmos y a los siete amantes que se los provocaron durante un verano. También de una orgía con Ginsberg y Kerouac.
Pero di Prima no resulta tosca y grosera, como quizás podría parecer. No se trata de narraciones pornográficas frías que no llevan a nada más. En sus palabras hay nostalgia y calidez, también un ansia maravillosa de vivir pese a todo, pese a los apartamentos sin luz ni agua y llenos de ratas, pese a la pobreza y la precariedad, como en el capítulo ‘Febrero continúa’.
Estaba sola en el apartamento y tenía esa sensación tan particular de lujo que siempre me da la soledad. Me serví una taza de café, le eché bastante azúcar y añadí leche. Era un hábito que había adquirido en las numerosas ocasiones en que solo me quedaban diez centavos y no desayunaba o almorzaba nada más que una taza de café. Si le pones mucha leche y mucho azúcar, te da más energía y te alimenta más.
Siempre que vuelvo a lo beat pienso que las cosas no han cambiado tanto. Que seguimos intentando gritar desde los márgenes, pese a todo. Que la precariedad ahora quizás es distinta, pero sigue aquí. Y que seguimos necesitando quien escriba ese aullido que nos haga encontrarnos unas con otras. Y todavía necesitamos leer voces como las de Diane di Prima para saber que hay otras que anduvieron camino para que nosotras podamos recorrerlo.