La Línea de Fuego

El lujo del cuerpo

Hace unos días que me ronda la cabeza la idea de que el cuerpo es un lujo. Al menos para algunas personas. Sé que puede parecer una máxima polémica. Sé que la violencia estética nos pisa a todes, pero también que la opresión es más fuerte para algunes, especialmente para quienes habitamos cuerpos que se alejan del canon de la heterocisnormatividad capacitista. Gordes, trans, no binaries, personas con discapacidad, vemos cómo nuestros cuerpos son más violentados en esta época del año.

No es lo mismo, por desgracia, tener celulitis o estrías en un cuerpo normativo que en uno que no lo es. Pese a la lucha, todavía hay «defectos» a ojos del canon que se permiten más en unos cuerpos que en otros. Y también hay que hablar de eso, del lujo de poder permitirte ciertas cosas pese a. Ya no solo hablo de gordofobia, hablo de pertenecer a un cuerpo disidente, de construirte desde el margen y tener que luchar a diario contra prejuicios y opresiones. Porque, aunque a veces nos gustaría, no podemos huir del cuerpo.

Amor propio contra la violencia estética

La cuenta Dedoloresygloria hizo la semana pasada una encuesta en Instagram sobre cómo con la llegada del verano la relación de las mujeres con su cuerpo empeora. El 45% de las mujeres que contestaron a la encuesta manifestaron sentirse peor con su cuerpo en esta época del año y prácticamente el mismo porcentaje confiesa que no sabe cómo enfrentarse a esto. Solo un 11% ha comenzado a ir a terapia para indagar y cultivar el amo propio.

Es muy importante hablar de esto. Para todas. Saber que, pese a que ese sentimiento de que tu cuerpo está mal suele ir ligado al individualismo, no estamos solas. Que hay cuerpos como el tuyo, gente que tiene los mismos sentimientos que tú con respecto a él, que también sufre. Cómo se lleva ese sufrimiento, cómo se supera y aprendes a convivir con él.

Ahora extrapolemos en un ejercicio de imaginación cómo llevamos las relaciones con otras personas a cómo llevamos las relaciones con nosotras mismas. Hay veces que quieres a alguien, de verdad que le quieres. Eres tú misma con esa otra persona, estás a gusto y disfrutas de tu tiempo con ella. Pero no es suficiente. Con el cuerpo pasa algo parecido. Querer no siempre es suficiente para estar bien. Necesitas algo más. Quizás una aprobación social. Tal vez que, simplemente, te dejen vivir en paz con esa persona. O en paz contigo misma.

El amor propio no resuelve las opresiones sistémicas

Muchas de las activistas que sigo hablan a menudo del amor propio como algo revolucionario. Sonya Renee Taylor, en su maravilloso libro El cuerpo no es una disculpa, establece las bases para lo que llama el autoamor radical. Quererse por encima de todo, hacer ese trabajo de introspección y descubrir que tu cuerpo es válido es, efectivamente, revolucionario. Sin embargo, todavía no hablamos lo suficiente de lo que ocurre cuando no eres capaz de sostener ese amor, ya no por ti, sino por todas esas otras circunstancias externas que te van haciendo mella y terminan por abrir de nuevo una fosa alrededor de la que es muy complicado salir.

Lo cierto es que tendemos -me incluyo porque lo he hecho- a divulgar desde el autoamor radical y, prácticamente sin darnos cuenta, perpetuamos el discurso del amor romántico, aunque sea hacia una misma, y seguimos arrollando a quien no lo encuentra o a quien lo pierde. El amor -propio- lo puede todo. Y no, no es así.

Muchos días estás hasta el mismísimo portorro y ahí no hay amor que valga. Quieres romper, rasgar, destrozar, gritar que, efectivamente, es que te tienen hasta el coño. Y no lo estás simplemente porque no hayas desarrollado esa fuerza de autoamor radical, sino porque hay multitud de opresiones sistémicas a tu alrededor que están por resolver. Porque el camino hacia la paz con una misma no es lineal. Porque estás cansada. Nos olvidamos del contexto de cada persona, a veces incluso del propio, para entender por qué nos sentimos de una manera u otra.

Escapar del cuerpo

No podemos huir del cuerpo porque es donde habitamos. Lo he intentado. He intentado cambiar de lugar, cambiar de amigos, cambiarme a mí misma. He intentado hacer a un lado mi cuerpo, seguir pese a él con el piloto automático. Hacer con que no me importaba y con que el autoamor radical hacia el cuerpo lo podría todo.

Pero la verdad es esa, que el cuerpo donde habitamos viene con nosotras invariablemente. Y está sometido a presiones y opresiones que se escapan de nuestras manos sin que podamos hacer demasiado. A veces, cuando estoy cansada y hasta la pepitilla, acabo por olvidar que esas opresiones no vienen de mí misma, aunque en acabe siendo el blanco de ellas. Y me autoflagelo con la idea de que ni siquiera para el amor propio soy suficiente. Así que escribo esto para recordarme -y recordarnos- que, efectivamente, para algunas personas el cuerpo (aceptado pese a) es un lujo que no siempre nos podemos permitir. Pero también que no has fallado en tu camino al amor propio, que puedes tomarte un descanso para gritar y mandar a la mierda al sistema.

Quizás parte del amor propio empiece por reconocer todo este contexto y por saber que no pasa nada si en algún punto del camino caemos en una rotonda sin encontrar la salida. Estás haciendo lo que puedes con lo que tienes. Quizás así podamos empezar a resolver todas estas opresiones sistemáticas mientras construimos amor y cuerpos que habitar sin miedo.