La Línea de Fuego

La Literatura Universal también es nuestra (y millennial)

Leía hace dos días en La Vanguardia un artículo de opinión sobre la subida de las ventas de libros, pero la bajada consecuente de la calidad literaria de estos. Decía el autor, a quien no nombro con alevosía, que lejos de los millennials queda la importancia de las obras que leen. Que nadie se acuerda ya de la Literatura Universal, de los nombres ilustres como los premios Nobel de Literatura patrios, si no fuese por la obligatoriedad de lectura en los currículos académicos. Todos los ejemplos que el autor del artículo proponía como imprescindibles ejemplos de la calidad literaria fueron, por supuesto, hombres.

No creo que sea casualidad que dejase de lado a las clásicas Jane Austen, las Brontë o Emily Dickinson. Ni una sola referencia a Emilia Pardo Bazán o a Rosalía de Castro en aras de la Literatura Universal. En cambio, entre lamentos de la falta de interés millennial a mirar más allá de las tablets -que, al parecer, no tienen un ápice de dispositivo de lectura-, una interpelación hacia las editoriales que hoy en día no se interesarían por aquellos textos de Patrick White, Jacinto Benavente, Cela o Pío Baroja.

Ningún tipo de reflexión hacia el por qué. Pero no hay que mirar muy lejos para hacerse una idea. La Literatura, como todo arte, está al servicio de la sociedad. Es un reflejo de ella, que fluye y transita entre temas, entre miradas diversas y formas de ver la vida y, valga la redundancia, el propio arte. Veo entre mis amigas, mis familiares y conocidas, millennials todas, un interés que no pasa de largo por los versos de Dickinson, las cartas de Pardo Bazán, los diarios de Sylvia Plath o las palabras de Virginia Woolf. Nos veo rebuscando entre los pensamientos de Audre Lorde o Vivian Gornick, recorriendo la vida en la carretera de Gloria Steinem y las memorias de Diane di Prima. Dejando a un lado en clasismo de la universalidad para ver más allá, para buscar respuestas en un mundo que a veces se nos antoja podrido y, otras, un escenario maravilloso.

Acompañamos a Alfonsina Storni hacia el fondo del mar y a Mariana Enríquez en sus paseos entre cementerios para ver lo más oscuro y sombrío del ser humano. Experimentamos la ciencia ficción con Úrsula K. Le Guin y Octavia Butler. Intercambiamos palabras con Carmen Martín Gaite huyendo de ese interlocutor que nos dice que no somos suficientes. Que nuestros libros, y nuestra realidad reflejada en ellos, no puede tener cariz de universalidad.

También nos sumergimos en páginas de libros maravillosos de voces jóvenes que nos hacen no estar solas en una realidad que es nuestra y que necesitamos que se cuente. La memoria terroríficamente esclarecedora de Layla Martínez en Carcoma, la denuncia certera, las risas y los llantos conjuntos de Meryem El Mehdati en Supersaurio, cogemos de la mano a Sara Torres en Lo que hay, nos replanteamos las estructuras sociales con Brigitte Vasallo. Mientras, nos dejamos guiar por bell hooks, Janette Winterson o Gioconda Belli para seguir explorando.

Me dejo a muchas sin mencionar porque no cabrían en un solo artículo y porque, a estas alturas, hemos aprendido que no tenemos que estar divulgando y enseñando siempre. Simplemente queremos disfrutar sin que nadie nos señale como tontas millennials que no saben lo que es bueno. Pese a lo que se empeñen en hacernos creer desde cabeceras que se niegan a mirar más allá de sus fronteras del canon de la Literatura Universal, hay mucha calidad en los libros que pueblan nuestras estanterías millennials. Ellas son nuestra universalidad. Y gracias a ellas tenemos unas páginas a las que asomarnos (sea en papel o a la luz de una tablet, sí) y en las que guarnecernos cuando lo necesitamos.