La Línea de Fuego

‘La sala de los espejos’ donde todas nos reflejamos

Liv Strömquist en la presentación de ‘La casa de los espejos’ en Madrid.

Leer a Liv Strömquist es situarnos en un sitio incómodo, dispuestas a que nos vuele la cabeza. Es reírte entre las páginas de sus libros, pero también pasar a la siguiente con el runrun de las preguntas y las dudas hacia una misma y hacia la sociedad en la que vivimos. Lo hizo con No siento nada y su análisis de las relaciones líquidas y lo ha vuelto a hacer con La sala de los espejos (Reservoir Books). En este ensayo gráfico, Strömquist nos hace asomarnos a las imposiciones de los cánones de belleza y las redes sociales. La autora nos sitúa esta vez frente a un espejo en el que es muy fácil reconocerse, pero también perderse y, a través de iconos pop, personajes históricos y filósofas que han puesto en el punto de mira los cánones estéticos, como Naomi Wolf o Simone Weil.

Pero Strömquist va más allá de hacer un repaso por teorías filosóficas y corrientes históricas. Nos sitúa al otro lado de las pantallas de nuestros móviles y en el scroll infinito de las redes sociales. Le da la vuelta a aquella visión de Bert Stern fotografiando a Marilyn Monroe y lo extrapola a Kim Kardashian cuando explota su imagen. «Ya no hace falta un Donjuán cachondo que se inyecta anfetaminas por vía intravenosa para poder acostarse con dos modelos al día durante las décadas de los sesenta y de los setenta mientras su mujer está sola en casa y cuida de los niños. O podríamos decir que Kim ha desarrollado la facultad de verse con la misma mirada cachonda de un Donjuán que se inyecta anfetaminas por vía intravenosa tres veces al día», advierte una de las páginas del libro.

El canon de belleza subjetivo y las fobias hacia lo no canónico

Afirmaciones como la anterior no buscan culpabilizar a Kim Kardashian, ni a ninguna otra mujer, por explotar su imagen. De hecho, otra de las máximas en las que se sostiene el libro es esa creencia occidental tan arraigada que dice que las mujeres no deben pensar que son guapas ni actuar como si lo fuesen. Y es que el problema no está ahí, sino en la falta de preguntas alrededor de ello y, especialmente, alrededor del canon de la belleza y del por qué de las fobias al salir de lo canónico.

«Al fotografiar, decidimos AQUELLO que merece la pena ser fotografiado, y también QUIÉN es lo suficientemente guapo para merecer que le hagan fotos. Al fotografiarnos a nosotras mismas podemos, como Kim, valorarnos y decidir que somos guapas». Sin embargo, algo que todavía no tenemos muy claro como sociedad es que el canon de belleza es variable y subjetivo. Es variable porque cambia con el tiempo. Es subjetivo porque es imposible que todos tengamos la misma visión de la belleza, pese a lo que nos quieran vender. Quizás es incluso innecesario porque pone el foco únicamente en la supuesta belleza de las personas -con un especial ahínco en las mujeres- como su única valía.

Y del canon de belleza nacen directamente las fobias hacia lo que no canónico, lo marginal, lo que no creemos lo suficientemente bueno para prestarle atención. De donde nacen, en definitiva, muchas de las opresiones que a día de hoy golpean con mucha fuerza. Llámense racismo, capacitismo o gordofobia. La presión por encajar, por ser las reinas de Instagram mientras ignoramos vivir en la dictadura de la imagen corporal. La presión que nos hace cometer locuras en aras de la salud mientras esconde el desarrollo de TCAs y enfermedades mentales.

El capital de follabilidad

Liv Strömquist pone también sobre la mesa el concepto de capital de follabilidad, íntimamente ligado al canon de belleza, y que se instaura como una competición no solo entre nosotras, sino también dentro de nosotras. Estar más delgada, más en forma, tener las curvas en el lugar donde el canon patriarcal indica, la lista interminable de requisitos para estar en el puesto más alto del capital follable.

Creamos así «deseos robóticos y mecánicos, donde la copia de los deseos, la envidia y el instinto competitivo primario coexisten en un movimiento inevitable hacia una mayor obsesión cada vez mayor por los famosos y un consumo compulsivo», dice Strönquist. Nos situamos en la necesidad de seguir mirando y seguir comprándonos, instauramos una meta irreal que tiene como único cometido no salirnos de la escala de lo socialmente aceptado. Porque el ser guapa y delgada, pese a todo, a día de hoy, es la principal variable para ser querida, deseada, amada. Nos situamos en un lugar donde el cuerpo es un lujo que todos aspiran a comprar.

«Así que podemos decir que, en este aspecto de nuestra vida, vivimos en un estado de inseguridad permanente. Aquello a lo que podemos aferrarnos, lo que nos da seguridad, es nuestra propia belleza. Si tenemos un nivel de «follabilidad» alto, podemos sentirnos más seguros ante la amenazante muerte metafórica que implica un abandono, y tenemos más posibilidades de empezar una nueva vida con otra persona.
(Desgraciadamente, es ley de vida que la «follabilidad» se marchite con la edad, así que, en realidad, no hay nada que resulte demasiado seguro)
El resultado de esto es una presión cada vez más apremiante para estar «follable» todo el tiempo, y durante toda la vida, y así poder escapar a la amenaza de una muerte metafórica, y aumentar las posibilidades de una reencarnación feliz»

¿Es el sabernos guapas la única seguridad que tenemos?

Tal vez por la inestabilidad de nuestro alrededor, tal vez por el miedo a lo de fuera, el pavor a estar solas, el sabernos guapas se ha instaurado como una de las pocas cosas seguras que tenemos en la vida. Aun sin serlo. Pero tenemos la (in)certidumbre, como dice Strömquist, de que si no nos movemos del canon, si evitamos los márgenes, al menos no estaremos en esa eterna soledad de las feas, de las gordas, de las que tienen discapacidad, de las que viven en cuerpos donde, en teoría, no hay nada bueno.

Sobre esta seguridad incierta nos construimos. Y no solo nuestras relaciones amorosas o sexuales, sino también de amistad y de familia. Porque aunque inconscientemente, reducimos gran parte de nuestras vivencias y nuestras relaciones a ello: a lo guapas que sean las personas con las que nos relacionamos y su capital follable. En el consumo también de relaciones y en la explotación de su propia imagen.

Perderse La sala de los espejos es necesario para abrir ventanas y hacernos preguntas. Necesario para no quedarnos atrapadas a ninguno de los dos lados del reflejo sin saber que lo estamos ni desde qué lado miramos.