La Línea de Fuego

Yo también me quiero (aunque solo a veces)

Ayer vi muchos artículos, posts y tweets felicitando San Valentín. También vi algunos aludiendo a la importancia del amor hacia una misma. Mientras, yo no podía dejar de pensar que a las gordas se nos ha negado sistemáticamente el amor. Leí algunos artículos sobre ello. Pero ninguno sobre la romantización del amor propio. Como si pudiese cualquier cosa. Como si el amor, además, fuese algo ajeno al cuerpo.

A mí me cuesta muchísimo decir «te quiero» y tal vez tenga que ver con que me cuesta mucho decir «me quiero». O al revés. Que no es lo mismo, pero es igual. Tal vez, también, tenga que ver con ese prejuicio que cae sobre las gordas —y sobre cualquier cuerpa disidente— de que no es merecedora de amor. Te lo dicen desde pequeñita. Cuando entras en la adolescencia y la promesa del cambio de metabolismo y consecuente delgadez no llega. «Si sigues así, nadie te va a querer».

Entonces creces y te construyes a ti misma pensando que pase lo que pase nunca serás la amiga guapa, la amiga sexy, la amiga interesante. Pase lo que pase nunca estarás el centro del amor, tampoco del propio. Eso es lo que te han enseñado y por eso solo puedes quererte a ti misma a veces, en esos ratitos en los que decides hacer la revolución desde tu propio cuerpo y te permites blindarte contra el mundo. Sabes, porque lo has visto, que repetirte tres veces frente al espejo «me quiero, me quiero, me quiero» no soluciona nada cuando no hay un reflejo desde el otro lado.

Pero de repente te llega esa publicación en Instagram, en Twitter, noticia de algún medio de comunicación, que asegura que si no te quieres, nadie te querrá. Como si el amor fuese correlativo. Como si no pudiéramos querer sin ser queridas o como si no pudiéramos ser queridas sin querernos. Yo no me quiero. La mayoría de las veces. Y eso me lleva al pensamiento recurrente de que es normal que nadie me quiera. Pese a todo el trabajo de deconstrucción y vuelta a construir con el que he conseguido ser y estar sola perfectamente a gusto.

La realidad con la que nos damos de bruces demasiadas veces es que todo nos empuja hacernos creer que no podemos ser solas. La cesta la compra organizada para dos —mínimo—, los alquileres imposibles si no hay una pareja con la que compartir gastos. Los anuncios de promociones de restaurantes para dos. Las escapadas románticas. Las preguntas en la cena de Navidad. Las preguntas de las amigas de y tú qué. Las dificultades para conciliar en el trabajo cuando eres sola y sin hijos. Todo para dos. Siempre para dos. Nos incitan a buscar ese otro algo que supuestamente nos complete tanto que se nos olvida incluso el qué. Se nos olvida esa sensación de encontrar algo cuando no estás buscando. De casualidad. Como cuando encuentras cinco euros en un bolso viejo que ni recordabas que estaba en tu armario. Ese algo muchas veces eres tú misma poniéndote una copa de vino cuando llegas cansada de trabajar.

Se nos olvida también que una puede ser y estar sola, en el máximo esplendor de ese verbo con ese adjetivo. Y, en muchas ocasiones, caemos en el saco roto de que el amor propio, siempre romántico, lo puede todo. Hay días que no quiero verme, como no quiero ver a nadie más, días en que no quiero tocarme ni encontrarme de casualidad en el espejo del baño mientras me cepillo los dientes. Y no pasa nada. Esos días también tengo derecho a que me quieran. O a imaginarme cómo sería mi vida si no fuese gorda y todo fuese bastante más fácil. También el amor. Pienso en esos momentos en qué se sentirá al saberse querida sin el temor de la fecha de caducidad constante. Incluso me atrevo a pensar en qué se siente cuando te construyes bajo la idea de que el amor es una posibilidad para ti y no un simple milagro. En qué se siente cuando no te imponen el quererte a ti misma como condición indispensable para que te quieran. En qué se siente, en definitiva, cuando te dicen «te quiero» y puedes creerlo.

Quiero pensar, a día de hoy, noche del 14 de febrero de 2023, cuando escribo esto mientras me como una pizza y bebo vino sola en mi sofá, que sí, que debería existir un amor para todas. Propio y ajeno. Que qué bonito sería, de verdad, hacer del amor algo más. Que hay muchas formas distintas de amor y no solo la que nos venden en las películas, en los anuncios e incluso en los libros sobre la caída del amor romántico. Y que el derribo de este también pasa por cuestionarnos hasta dónde debe llegar el amor propio.