La Línea de Fuego

Aida González Rossi, autora de ‘Leche condensada’: «Quería construir un libro sobre no saber hablar»

Aida. Aída. Solo una tilde de diferencia entre la realidad y la ficción. Entre autora y personaje. Aida la escritora. Aída la niña de doce años a cuya vida nos asomamos a través de las páginas de Leche condensada (Caballo de Troya, 2023), el primer título de esta colección de libros anual editada por Sabina Urraca. «Elegí el nombre de Aída para la protagonista de Leche condensada por tres razones. La primera de ella es que me hacía gracia pensar en el encuentro entre ambos nombres. La segunda es que me interesa mucho esa idea de derribar un poco la autoficción. ¿Realmente por qué se pregunta si lo que escribimos las mujeres ha pasado o no? ¿Qué interés hay detrás de eso? Es el morbo», reflexiona Aida González Rossi (Santa Cruz de Tenerife, 1995), su autora, en una entrevista en la sede de la editorial en Madrid.

Leche condensada es precisamente eso, un juego que va más allá del nombre y que se adentra en ese terreno delicado entre la niñez y la adolescencia. Es un videojuego que nunca termina y en el que a veces querríamos no guardar la partida y empezar de nuevo, aunque después nos aparezca Rese T. para echarte la bronca por no haberlo hecho. «Para mí, el tema del juego del nombre ilustra que la diferencia entre la realidad y la ficción puede estar en una tilde. Y si la tilde está ahí, no es realidad, es ficción. No importa todo lo demás. No importan las otras letras, que simplemente son una coincidencia. Daría igual que se llamase Aída o Laura, simplemente es un nombre parecido. La tercera razón es que el libro está construido como un videojuego e intenté hacer un poco con el tema de hacer una metáfora de la periferia. Pensé en juegos como Pokemon, que a veces traían nombres predeterminados y cuando no estaba el tuyo tenías que buscar el que más se pareciera. Y quise hacer una analogía con la periferia porque al final cuando eres adolescente empiezas a hablar por messenger con gente de la península y eres de Canarias, te adaptas mucho a su forma de hablar y a su mundo referencial. Intentas buscar la explicación de tu mundo que más se asemeje al suyo», añade.

Aida González Rossi construye así su primera novela, una historia que ella misma define como un libro sobre no saber hablar. «Me obsesionaba un poco esa cosa de las niñas que se sientan al lado de los niños que juegan, ese juego pasivo de de estar mirando pero no estar participando. Me interesaba esa idea de alguien que está al margen de las cosas, esa risa nerviosa de la adolescencia detrás de todo lo que se dice, que se puede interpretar como estupidez o levedad pero que en realidad encierra un no saber decir las cosas».

Videojuegos para huir de la realidad

A lo largo del libro, Aída, la protagonista de doce años, va descubriendo cómo cada vez se aleja más de su infancia para adentrarse en la adolescencia. Descubre que hay cosas que ocurren a su alrededor y hacia ella que no puede nombrar. Es precisamente ahí donde entran los videojuegos como hilo conductor, como una herramienta de disociación. «El jugar te permite movimiento, tomar decisiones, pasear por los espacios, tiene mucho de memoria emocional. Permite esa disociación porque es un espacio en el que sí podemos volver a la infancia añorada de alguna forma. Es como si pedimos el deseo de volver a un día de nuestra infancia de alguna forma. El poder estar tanto tiempo en una narrativa, que puede durar cien horas, hace que podamos llegar a otros mundos», cuenta la escritora. «Cuando te envicias a un juego se convierte en un filtro a través del cual ves toda la realidad, y eso se parece mucho a estar escribiendo».

De una forma muy parecida, trabaja la escritura. O al menos así es como lo ha vivido González Rossi en su proceso de construcción de la novela. «Lo guay de un videojuego, por lo menos como me gustaba jugar de pequeña y lo que más añoro, es poder perderte dentro del juego. Poder hacer algo para lo que el juego no estaba destinado. La escritura al final es eso. Tienes un escenario, todo medido, pero de repente descubres una ruta que no estaba ahí para que transitaras y que es valiosa». En el proceso de escritura de Leche condensada ha influido este tipo de narrativas que hasta ahora no estaban demasiado extendidas en la literatura, además de una concepción difuminada entre los límites de la narrativa y de la poesía. «Para mí escribir narrativa sin las herramientas de la poesía es como ver una peli. Simplemente puedes pasar por los acontecimientos de forma lineal. Pero escribir poesía para mí es como jugar a un videojuego porque puedo moverme por los espacios de una forma más libre», matiza.

Es a partir de esta forma diferente de contar que se está construyendo una narrativa diferente, tal vez un reflejo de los millennials que cada vez toman más partido en la sociedad. La construcción narrativa de esta generación no se para en el mero costumbrismo, sino que toma muchas referencias y elabora un sistema de pensamiento filtrado a través de estas, argumenta González Rossi. «Meter estas referencias en la literatura también es dignificarla y derribar esa barrera entre lo adulto y lo niño. Entenderlo como parte de un todo que nos lleva a pensar como pensamos, existir como existimos, a sentir como sentimos».

Vuelve la escritora al tema de los videojuegos y las estructuras narrativas, dándole una vuelta de tuerca a los clásicos literarios. «Creo que Final Fantasy cumple la función de clásico literario. Lo juegas y dices «ah, todo esto viene de aquí. Esta narrativa resulta que llegó de tal videojuego y se a traducido así en novelas como Supersaurio o Panza de burro«. Si tomamos los clásicos como herramientas que sirven como base para hacer otras, nosotros tenemos otros clásicos. Igual no son exactamente libros. ¿Y qué pasa? Al final cuando estamos jugando a videojuegos también estamos aprendiendo sobre narrativa», argumenta.

Una vuelta a la infancia sin romantizarla

Pese a tener ese salto entre la infancia y la adolescencia como eje central de la historia, Leche condensada huye de la romantización de esta época de la vida. González Rossi busca llevar a un punto vital que puede llegar a resultar algo problemático, donde nos cuestionamos si lo que nos han enseñado que es bueno lo es realmente. «La cuestión de la infancia me parece súper importante, pero no solo a nivel de volver a ella, sino a nivel de habitarla todavía», cuenta. Descubrimos también entre las vivencias de Aída los abusos sexuales por parte de su primo de su misma edad, lo que hace que tenga que crecer aunque no quiera, que la enfrenta a su familia y a construir una sexualidad que no debería formarse así.

Aída se aferra a lo que le queda de infancia, a sus amigas, a ciertas dinámicas de juego con ellas, y también con su primo. Entra en unas dinámicas que todavía no comprende pero que se le exigen. Cuando es su primo su abusador en secreto, su madre, su abuela y su tía piden que le cuide. Aída tiene que ser mayor, fuerte y madura, pero no puede ni quiere serlo. «Lo que siente no es su propio crecimiento, sino la mirada de las otras personas sobre ella, sobre ese cuerpo que empieza a exceder y que ya no se considera un cuerpo niñe a pesar de que ella quiera estar todo el rato hablando, moviéndose, siendo afectuosa, ya no se le permite. Para mí no es quizás una nostalgia hacia esos años sino una cosa como de «oye, déjenme ser niña todavía». En el sentido de que quiere que el mundo no sea algo tan serio en lo que no se nos permita ser vulnerables». Y es que Aída aprende que la vida es leche condensada. Es dulce e incluso empalagosa, pero también puede tener esa connotación incómoda. De encerrar el horror dentro de la dulzura.

La importancia de la representación corporal en Leche condensada

«Me he propuesto que en todos mis libros aparezcan personajes gordos e intentaré que sean protagonistas», sentencia la escritora. Aída es una niña gorda y, pese a que no es un tema fundamental en la historia, sí que tiene su importancia, especialmente al inicio del libro. «Hay que equilibrar, porque no hay nada de presencia de personajes gordos en la literatura ni en las series ni en las pelis. Los ejemplos que hay son muy concretos y siempre es gente a la que le va mal», matiza.

«Precisamente que no se hable de tanto de la gordura de Aída es intencionado. Sí que está atravesada por la gordofobia y es algo que está continuamente en el personaje de la abuela, de la tía, e incluso ciertas violencias de Moco vienen desde ahí, o el hecho de que nadie la proteja de estas mismas violencias, viene de que es una niña gorda. Pero intenté construirla de otra manera. Que a Aída todo eso si que le afecte hasta cierto punto pero que en el fondo le dé un poco igual porque su forma de mirar es otra, su forma de mirar su cuerpo no está todavía intoxicada por esa mirada gordófoba de los demás», explica Aida.

Escribir este tipo de personaje no es casualidad para la autora. «Ponerme frente a la escritura y decir «estoy harta de estar todo el tiempo conteniéndome, de no exceder, voy a soltar aquí todo y voy a ser lo más excesiva que pueda, voy a escribir de forma súper decorada, voy a meter colores fluorescentes por todas partes» forma parte de enfrentarme al mundo», proclama. Y es que Leche condensada y su escritura es una forma de reivindicarse. «Puedo generar una poética del exceso y nadie tiene que darme permiso para ello. A mí me costó mucho llegar a ese punto y poder decir que me da igual que me miren. ¡Mírenme! Y es algo que he intentado llevar a la escritura. Creo que si no fuese gorda, mi escritura no sería la misma. No escribo a pesar de. Escribo con y por ser gorda».

Que lo dulce es la infancia y la euforia y tragar sin hacer esfuerzo y emborracharse sin haber descubierto el alcohol y escoger ser niña aunque por ello vayan a salirte todavía más espinos. Que ella ya no puede, ella ya perdió el derecho, ella leche condensada compartida siempre de boca a boca y ya no la quiere más.